9 de septiembre de 2011

Blogueguería 7: Armarios

Hay algo de renovarse en eso de recolocar armarios. También hay algo de pérdida, de dejar ir, de eliminar vínculos digo afectivos con todas las cosecuencias, porque el afecto a los objetos o cosas es una traslación o idenficación del sentimiento hacia algo o alguien con la cosa que nos lo recuerda... El fondo de un armario no deja de ser tiempo confuso y atrapado entre algodón ajado, pero en todo caso pasado. El pasado acumulado en prendas de ropa, algunas con fecha concreta, de exclusiva ocasión, inamovibles en su percha desde que fuesen protagonistas por un día, como mucho fueron al tinte y volvieron para quedarse enfundadas en una bolsa de plástico a medida 5àSec.
Prendas que no se quedan pequeñas, porque hace mucho que dejamos de crecer (al menos en vertical), salvo si se ha elegido el programa de lavado equivocado que las deje reducidas a la mínima expresión, o convertidas en una XXL que sirva de camisón para dormir (a quien use esa incómoda prenda que se sube a las axilas o se enreda entre las pierdas sin dejarte pegar ojo), pero se aviejan.

Acabo de desechar un par de camisas... Tendrían más de cinco años. Aparentan como el primer día, pero solo es eso, pura apariencia y cuidado. Me gusta mimar la ropa, como me gusta mimar el coche en que que viajo... No sé, será que a ambos los considero una segunda piel, una barrera de protección. Si volviesen al día en el que las saqué de la tienda, se verían descoloridas, sin lustre, mustias... Me deshago de ellas por aburrimiento, aunque estoy segura de que aguantaban otros tantos programas en frío.
Y ¡al fin! me he librado del pantalón color camel. Me lo compré por cambiar -mi color es el negro-, pero nunca he sabido cómo combinarlo, lo cual provoca en mí cierta frustración cuando compruebo el juego que da en otros. Es un color con el que no me veo, aunque me vean los demás, y nunca encuentro el momento de ponérmelo, recurriendo al vaquero, la opción estrella del diario, sábados, domingos y fiestas de guardar. Así es que, después de tres años ocupando percha y siendo cambiado constantemente de lugar; ora a la derecha de la barra, ora a la izquierda y sobrepuestas un par de chaquetas, ora en el compartimento del centro, ora en el espacio que le sobra a Jota, decía, pues ora en el contenedor de la ropa usada. Definitivamente, el camel y su gama cromática inhibe mi capacidad creativa con respecto la indumentaria.

Y me he ido por las ramas con la ropa, ya me perdonarán, pero las mujeres cuando hablamos de trapos perdemos la noción del tiempo y de lo importante. Mi idea era hablar de "renovación", de la que implica hacer un vaciado de armario de aquellas prendas que suman días, meses, que reaparecen en las estaciones, y que cada revuelco, recolocación y aparición de una prenda nueva en el lugar en donde ha permanecido estático, muerto, inservible, el pantalón camel, es como un empezar y un seguir al mismo tiempo, algo así como los propósitos de año nuevo, que de este año no pasa (lo mismo que se dijo el año anterior): leer los veinte libros que tengo en espera, intercalar los nuevos que unos y otros van publicitando, habrá que sacar un rato para algún clásico... ¿Cervantes? Ya toca, sí... Algo de Philip Roth, cuyo nombre siempre me sugiere teleserie de abogados criminalistas: "El despacho de Philip Roht". De este año no pasa escribir ese libro... Ea, de este revuelco de armario no pasa.

2 comentarios:

  1. Escribe, escribe, escribe... jaja.

    Odio comprar ropa, por lo tanto odio cuando se me rompe, es un dramón.La moda me aburre. Me gustan los azules en todas sus gamas y los verdes tirando a caqui.Soy un hortera, seguro, pero me es indiferente.

    De Philip Roth sólo he leído Elegía, otro dramón, frío como el hielo, pero muy bueno.Es uno de esos americanos que tiene una prosa maravillosa: suave, completamente engrasada, que se desliza como si fuera sencillo mover un artefacto bestial llamado novela.Qué dificil es escribir sencillo, joder.

    Escribe, escribe, escribe... jajaja.

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  2. Escribo, escribo, escribo... jaja.
    Cada vez me gustan más esos escritores por cuya escritura se deslizan los ojos como la seda sobre la piel, esa lectura ágil, vivaz, y que como dices, parece tan sencillo haberse escrito.

    En nosotras las mujeres, y no es un topico sino una realidad, la ropa es la piel que nos habita jajaja

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