Te hallo por un camino abandonado,
áspero y estrecho,
en donde hay puentes
que el tiempo dejó sin ríos.
Crujen las hojas muertas
entre guijarros que ya no ruedan,
clama en la lejanía el agua ausente
sobre las piedras.
En silencio te derrumbas
frente a la ladera de un monte,
testigo de tu gloria
que un día pareció eterna.
Como serpientes se adentra la espesura
y se aprehende a la piedra,
y araña la cal.
El viento agita el chirriar de las puertas.
Como si le debieses tu existencia,
el tiempo te declaró la guerra
mucho antes de que te dieras cuenta.
Como una hiedra perniciosa, trepó por tus muros
derramó soles,
avivó lluvias,
adentró inviernos
por tus confiadas ventanas entreabiertas.
Te contemplo y me contemplo
y al acuerdo llego de que sino del hombre
no es envejecer sino decaer,
que a todo tiempo de esplendor y gloria
le aguardan las grietas
por donde no se cuela la luz sino la maleza
que todo lo engulle
y todo lo quiebra.
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