20 de agosto de 2011

Blogueguería 3: El glamour del tacón de aguja y una bolsa de plástico

Ellos visten camisetas y pantalones gachos, entiéndase por gachos esos que descansan por debajo de las caderas, dejan medio culo vacío colgando por debajo, y por encima muestran los calzoncillos, o una hucha más o menos selvática al aire. Caminan en grupo, a veces mixto, en muchos casos solo ellos, todos en dirección macroquedada. En la mano, bolsas de plástico llenas de botellas, todos.

Ellas visten minifaldas o shorts, independientemente de la época del año. Su peinado y su maquillaje son la prueba de que han pasado horas frente a un espejo. Tacones de vértigo para terminar setándose en el suelo, porque, dicho sea de paso, semejante martirio no hay pies que lo soporten en pie  más de un tiempo prudencial, y, ahora, el horario de salida puede calificarse de todo menos de prudente. Bolsitos o bolsones al hombro. Caminan en grupo, a veces mixto, en muchos casos solo ellas, todas en dirección macroquedada. En una mano un cigarrillo, en la otra, bolsas de plástico llenas de botellas, todas.

Parecen hormigas mal organizadas, o esos insectos de verano que acuden a la luz con un vuelo atolondrado, chocándose con todo objeto animado o inanimado que interfiere en su camino. Eso es lo que pienso cada vez que salgo y trasnocho y los veo cómo acuden por las bocacalles, sin una hora concreta, sin una llamada concreta, simplemente saben que pronto irán llegando más como ellos, y se irán llenando los espacios hasta estar casi codo con codo. No se esperan los unos a los otros, van acudiendo y se van asentando entre los jardines, o entre los coches, o dentro de ellos con las puertas abiertas para liberar la música que suena dentro a decibelios que exceden en demasía el límite permitido.

En lo último que hubiese pensado cuando tenía veinte años, tras una tarde entera arreglándome para romper con la corriente imagen de los días de diario, liviana y perfumada, era en hacerlo cargada con bolsas de plástico (dos céntimos unidad desde que alguien decidió que había que cobrar su no biodegradabilidad) y como mula de carga.

Vivimos en una era de contrastes e incongruencias. Vivimos tiempos raros.

2 comentarios:

  1. El caso es que yo apenas he bebido en la calle pero me lo he bebido todo en los bares, pero todo-todo.No sé cuándo empezó esta movida del botellón, la verdad.

    Arreglarse para terminar hincando los tacones en el barro de un césped mal cortado de parque de barrio, como fetichista de taconazos, me deprime. Para ellos, y ellas, claro.

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  2. A mí este fenómeno sociológico me inquieta, no ya porque mi deformación profesional me obliga a pensar en esos hígados, cerebros y corazones dañándose,(ayer, seis de la tarde en la plaza Mayor, tras el tradicional baile del vermut, pandillas de jóvenes entre los 20-25, como perros tirados por el suelo, sin camisa y sin control. Un espectáculo deprimente), sino como esa alternativa a la diversión y al ocio que muchos defienden. Parece que no supiésemos divertinos de otra manera, ni relacionarnos de otra manera si no es con un mini en la mano. Ni otras cosas que compartir con los congéneres que no sea alcohol y sexo facilón

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