21 de febrero de 2012

Blogueguería 53: La última luz

Son muchas las luces que me conmueven cuando exceden su belleza: amaneceres rojos, gigantescas lunas llenas, atardeceres aterciopelados, fulgores que se cuelan entre nubarrones grises cual anunciación divina... Pero exite una luz que me conmueve especialmente, y es esa última luz que muere en las azoteas, la que ya no roza el suelo,  la que desesperadamente fulgura en los cristales de un ático, en un embelleceror de aluminio de un edificio aquejado de aluminosis... esa que parece proyectarse hacia el infinito, en vertical, al tiempo que muere, se esfuma. Siempre la comparo con el último hálito de vida, con una muerte tranquila, será por eso que cuando me encuentro con ella tengo que detenerme y esperar a que se vaya, es cuestión de escasos minutos, a veces segundos.

Capté esa última luz una tarde de octubre, en Madrid, paseando por Sol, la sentí como esa mirada en la nuca que nos obliga a darnos la vuelta, y allí estaba, sobre los ventanales de los últimos pisos de la calle Mayor (puede que me equivoque en el nombre de la calle, hablo de la calle en donde se pone el sol en Sol). Tomé entonces una fotografía, que bien pudiera ser un cuadro de Antonio López, eterno enamorado de la luz de Madrid. 

No es fácil toparse con ella, y aquí, en donde todo es planicie, menos aún. Las luces y las sombras caen a plomo en esta ciudad de cuatro alturas. Aquí la luz no busca recovecos, ni encuentra coladeros, se esfuma sin más. ¿Cuántas veces he salido a la calle en mitad de la tarde y ha salido a mi paso la noche? Cientos, miles de veces en donde no he sido consciente de esa última luz que con toda seguridad se habrá fugado de manera singular en algún lugar de esta ciudad, pero nunca me había topado con ella en su momento fugaz, hasta hoy, sobre el ramaje seco de un árbol que parecía iluminarse como una llamarada.




No son hojas lo que resplandece, son unas pequeñas bolitas del tamaño y color de un garbanzo que se apelotonan como racimos en las ramas secas para terminar cayéndose. Los últimos fulgores de la luz de la tarde de hoy se proyectaban sobre ellas y las hacían brillar como diminutas bombillitas.

3 comentarios:

  1. Carmen,

    Tú escribes prosa como si fuera poesía. Tienes talento. Pero, necesitas mejor cámara, no veo la luz de que hablas en la foto :)

    Saludos.

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  2. Tenía que haber esperado a que se fuese esa luz y fotografiar de nuevo, para que se apreciase el efecto.
    Pero observa detenidamente ese árbol, los últimos rayos del sol iluminan sus ramas, y esa luz se refleja en esas bolitas y las convierte en amarillo brillante.

    Pero ya he dicho que no es fácil verla, esto es como el humor inteligente jajaja ;)

    Abrazos.

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