4 de junio de 2012

Blogueguería 80: No puedes volver atrás

Saca la vieja guitarra de su funda y la toma entre sus brazos. Le gusta ese instrumento, le parece una figura humana, bella, equilibrada, una compañera incondicional de viaje a pesar del olvido, como una mochila ligera a la espalda... Acaricia sus curvas mientras la acomoda en sus piernas, con cuidado, como haciéndose a ella después de tanto tiempo, como una disculpa... Y pulsando siempre un par de notas, Do y lam, arrastra el pulgar  por todas sus cuerdas y pone oído. Desafinan. Entonces comienza una por una, haciéndolas vibrar hasta afinar su sonido a la luz verde que marca el diapasón. Cuando termina con la última, vuelve a repasar desde el principio, para que cada nota sea perfecta, para que disimule lo mejor posible la imperfección de sus dedos al pisar las cuerdas, su falta de práctica, su carencia de técnica...

Repasa el viejo cantoral. Son las canciones de siempre, con las que aprendió a tocar allá por sus veinte años. Aprendió lo básico, con un sacerdote salesiano, Ángel cree que se llamaba, con un parecido extraordinario al Corazón de Jesús que colgaba sobre la cama del dormitorio de sus abuelos maternos: barba, media melena, nariz judía y unos ojos con un azul tan intenso que mareaban. Mejor esquivar aquella mirada.

Siempre canta las mismas; lo intenta con Como tú, piedra pequeña como tú... pero siempre se atasca en la misma estrofa; se divierte con Tous les garçons et les filles, de Françoise Hardy, entrando en situación, como una quinceañera sesentera canturreando sus desdichas amorosas. La chapurrea en francés, a sabiendas de que habrá viciado muchos de los sonidos que el tiempo y la falta de práctica le han hecho olvidar su correcta pronunciación; canta a Battiato, su Nómadas en castellano... le gusta alargar las notas del estribillo de esta canción, se recrea en el eco de su voz místico y sensual, a lo Battiato, en la estancia vacía.

Le escuecen las tiernas yemas de los dedos. Hubo un tiempo en que tenía un pequeño callo en cada yema, muy próximo a la uña. Ahora le echan fuego, pero le apetece seguir cantado, como un impulso incontrolable. Sopla cada uno de sus dedos para aliviar la quemazón, y pasa otra hoja más. Intenta un arpegio con Volver a los 17... Le gusta imitar a Mercedes Sosa, pero su diminuta caja torácica no es capaz de generar tal derroche de aire. Sus torpes dedos se atropellan y solo consigue un desatino de notas y sonidos. Inventa un ritmo de percusión sobre la caja de la guitarra, como si fuese un tambor, le gusta y canta la canción entera.

Cantará la última, y empieza a acariciar las cuerdas mientras pulsa notas. Cuando quiere que la voz impere por ecima de las notas de la guitarra, la acaricia como quien amansa a un animal herido, como una madre aullentado con el susurro de su voz el miedo de su pequeño hijo, y entonces es como si el sonido viniese de lejos, desde la distancia... Y canta: Tú no puedes volver atrás porque la vida ya te empuja como un aullido interminable, interminable...

Y entonces su voz se quiebra y a sus ojos aflora lo que quiere ser una lágrima, y decide, en ese preciso instante, que por esa tarde ya ha sido suficiente.

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