9 de junio de 2012

Blogueguería 82: Encrucijadas

Tengo una manía, -la verdad es que tengo muchas, pero las disimulo bien-, todos somos un poco Melvin Udall: contamos baldosas; damos tres vueltas de llave, no una, ni cuatro, ni dos, tienen que ser tres, o todo lo que haya que hacer después de ese acto, el de cerrar la puerta con tres vueltas de llave, se ve alterado y nos desordena; colocamos la toalla en su toallero, que cuelgue a un lado y al otro con idéntica equidistancia... Manías de supervivientes. Decía, la manía de pasear por donde finaliza una calle y aún siguiendo el mismo trayecto, al ser cruzada por otra, truncada su física linealidad por una perpendicular que abre un  agujero en ella, comienza a llamarse de otra manera. Hay calles que yo llamo vírgenes, a las que nadie roba su nombre por muchas calles que la atraviesen. Un ejemplo de calle virgen es la calle Toledo, que nunca sé si empieza o acaba en la Puerta de Toledo y empieza o acaba en donde se encuentra, pero no atraviesa, con la calle Calatrava. Ya no tiene más continuidad, porque se abocaría a la plaza Mayor. La calle Calatrava es otra calle virgen, comienza justo donde entronca la Toledo y la Caballeros, limitadas ambas por la plaza, y finaliza su largo trayecto en la ronda de su mismo nombre.

Me gusta mi barrio, creo que es el poco Ciudad Real que queda: El Prado, la plaza del Carmen con su iglesia-convento de Carmelitas descalzas; La Merced, ahora museo, antiguo convento de mercedarios y también instituto de bachillerato. Se cuentan leyendas, que parece que tienen mucho de real, sobre los kilómetros y kilómetros de túneles que atraviesan esta zona, que comunican la Merced con las Carmelitas, por donde se huia en la Guerra Civil, o donde se refugiaban en esas entrañas de ciudad. Vivo cercana a una encrucijada que es un estropicio de calles, como un encontronazo cuyo resultado es cuatro calles, la calle La Rosa a su encuentro con la calle Caballeros. De ahí partirá, en idéntico trayecto que La Rosa, la calle Camarín, y en idéntico trayecto que la Caballeros, la calle El Carmen. Al lado derecho de La calle Caballeros, la plazoleta de La Merced; al otro izquierdo, el viejo Palacio de Justicia. Al lado izquierdo de la calle La Rosa, la plazoleta de La Merced; al diestro, la cafetería Camarín, antiguo Santa Marta, un bar que ha puesto tantos cafés y tirado tantas cañas de cerveza como funcionarios de la administración de Justicia pasaban por allí a lo largo de la mañana, es decir, miles en dos o tres décadas.

Era una cafetería bullicosa, que incluso ofrecía menús a buen precio y calidad antes de que el nuevo Palacio de Justicia dejase a éste como adyacente, un juzgado de segunda categoría, con cuatro empleados y cuatro papeles que mover o custodiar, con un sueldo recortado que sacrifica ese café y esa caña. Pasó entonces a peor vida: sus camareros fueron despedidos, y fue traspasado a un chino que colocó el cartel de comida rápida china. Tras sobrevivir agónicamente un par de años, ha vuelto a recuperar su identidad autóctona, vuelve a llamarse Cafetería el Camarín, aunque nunca volverá a ser la esplendorosa Santa Marta. Nunca se recupera el esplendor perdido, de la misma manera que, aunque nos sintamos jóvenes, nunca recuperaremos el esplendor  de la carne.

Justo en esa encrucijada, he visto pasar un coche de caballos con una pareja de recién casados, seguidos de una procesión de coches, con sus pacientes conductores al paso de los equinos. En el tercer coche, decorado con lazos blancos, iban los padrinos, los demás imagino que serían el resto del cortejo y algún pobre conductor con una mala tarde, como cuando te toca ir detrás del camión de la basura, o del autobús, por estas estrechas calles de una ciudad desordenada e igualmente estrecha.
He pensado en ese gran día, ese comienzo de ilusiones paseándose en esa encrucijada, con el cascabeleo y el metálico sonido de las herraduras como fondo: ¿Qué espera ella? ¿Qué espera él? ¿Qué proyectos comunes albergan? ¿Qué aficiones comparten?
Y he pensado si dentro de una década el balance será positivo, o si, por el contrario, el sonido de los cascabeles se habrá silenciado y solo la decepción será ese sentimiento silente que corroe como la herrumbre... Y si, tal vez, sería mejor verse de nuevo en una de esas encrucijadas en donde todo toma otro nombre para seguir fluyendo, aunque nada tenga ya el mismo esplendor, como nunca amaremos de la misma manera que aquella vez que creímos amar tan intensamente.

1 comentario:

  1. Jope ...., Carmen, me gustó más el relato sobre el chorrito mañanero.

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