3 de marzo de 2013

Blogueguería 138: Diario de lo que queda de invierno

Domingo, 3 de marzo de 2013

Leo un librito de poemas que tiene la misma consistencia que aquellos cuardernillos de Rubio en donde aprendíamos a hacer cuentas y a practicar aquella caligrafía redondita y perfecta, pero su interior es un universo de imágenes que llena el vacío de esta tarde de domingo. En las pequeñas ciudades, las tardes de domingo son tardes huecas, desérticas.
 
El fulgor de los últimos rayos de sol es el anticipo de la luz primaveral. Hoy es una de esas tardes de lo que queda de invierno, que se precipita como los versos del cuadernillo que leo entre sorbo y sorbo de un café que se ha quedado frío entre notas y tachones. Marzo acelera esa caída libre del invierno que llega a su fin; el frío es menos frío, los días son más días y el sol nos mima con esos rayos cálidos, incluso insidiosos a través de los cristales del coche a la vuelta del trabajo. Intento inmortalizar este invierno que llaga a su fin.

 
 
Las terrazas de la plaza Cervantes, que la ley antitabaco ha propiciado, tienen su encanto, son como un refugio y al mismo tiempo un escaparate en mitad de la calle, desde donde ver y ser vistos, en donde hoy nadie me mira raro porque no hay nadie. Esta ciudad y su pulso bradicárdico, en donde la troika importa un huevo, entre otras cosas porque la mayoría ni saben ni les importa qué es, y la crisis no tiene mayor repercusión que tener que reducir una ronda de cervezas una noche de viernes. Si viviese en una gran ciudad, en donde la Historia está tomando su partido, no dudaría en ser parte de esa masa que se auna en esa pacífica insurrección. Leía esta mañana a Hessel, su Indignaos, impulso sobrevenido cuando veía esa imagen de las calles de Lisboa plagadas de manifestantes. Indignarse ante la inacción, la indolencia, la indiferencia... Diría incluso que existe una fingida ignorancia, "no es para tanto lo que está sucediendo...". Sí, es para mucho, la desesperación y el suicidio son más que suficiente.
 
Recuerdo las confidencias de una camarera del hotel del algarve portugués, este verano. La crisis había contribuido a la separación de su pareja. No era una separación deseada, ni era un fracaos de pareja, era una separación forzada por cuestión económica. Él ahora trabaja en Lisboa, se veían cada quince días; al precio que estaba la gasolina, los alquileres y el sueldo que ganaba, no podían hacerlo de otra manera. Tenían un niño de cuatro años. Portugal vuelve a ser el país de los setenta, decía...
 
Si alguna vez hubo algún atisbo de properidad, todo quedó en un espejismo.
 
Mantengo la esperanza en esa conciencia colectiva por encima del sálvese quien pueda, esa solidaridad que se pone siempre de manifiesto en las peores tragedias humanas. Nadie nos salvará sino nosotros mismos.
 
 
 
Compruebo gratamente que la noche ya no cae a plomo, que la luz aún  palpita en su pulso por las horas, aunque el frío comienza a sentirse en los pies. Uno de los vagabundos que nos abordan con frecuencia en las terrazas se ha sentado en la mesa contigua. Es joven, tal vez veintiséis, posiblemente con alguna patología mental, y siempre va bien vestido. Unas veces pide un euro para un café, otras un cigarrillo. Unas veces, su nivel de consciencia es normal; otras parece que se te va a caer encima, con la mirada perdida, los ojos entornados y el habla farfullante. Hoy se lía su cigarrillo y pide un café... Hoy paga él. En todos sus actos parece estar ausente: sus caladas al cigarrillo, sus sorbos al café... Esas vidas que no son, que en un determinado momento se perdieron. Una pareja llega y se sienta en la esquina opuesta a nosotros, su amena conversación resuena en esta burbuja casi vacía. Ella ríe. Acababa de leer estos versos:
 
también hay una pareja
él la estrecha contra sí
y le dice algo
ella ríe
más porque está enamorada
que por la gracia del chiste
 
Y a mí me hace gracia la coincidencia y me reconcilo con el mundo y con la felicidad ajena. Los versos son de un joven poeta manchego, David Cánovas Williams. Y me gustan todas estas coincidencias: la tarde de marzo, la pareja, el vagabundo que hoy paga su café y lía su tabaco y los versos de un manchego... Todo ello dentro de esta burbuja en donde se escurre la tarde como los relojes blandos de Dalí.


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