17 de marzo de 2013

Blogueguería 144: d'Ors y el milagro de lo cotidiano

Pensaba hace un rato, mientras cortaba, sin la necesaria fineza ni esmero de otros cortes, un pimiento y una cebolla que contribuirán a una salsa pasada por la batidora, en Pablo d'Ors y un fragmentillo de su Biografía del silencio. Ciertos libros se leen como la poesía, a ratos, sin prisas, a veces sin pasar hojas, basta un verso o un fragmento que te colme la cabeza durante un tiempo, que pueden ser minutos, horas, o un par de días. Libros a los que vas y vienes, en los que lo importante no es avanzar, sino una lectura rumiante. El fragmento lo leía ayer tarde, y esta mañana frente a la tabla de cortar y en presencia de una cebolla y de un pimiento, rumiaba el textito, más bien la idea.
"Hacer la cama, lavar los platos, ir a la compra, sacar al perro...: todo esto -y tantos otros quehaceres comunes- son aventuras cotidianas, pero no por ello menos excitantes y hasta peligrosas. La meditación que practico apunta al carácter aventurero -que es tanto como decir insólito o milagroso- de lo ordinario."
A ver... me posiconaba: Carmen, para que esta cebolla y este pimiento adquieran el caracter de aventura, tienes que meditar. Hay que buscar minutos para la meditación, como los buscamos para ir a ver la película más horrible del año, para procrastinar en Facebook, para hablar y tomar una cerveza con los amigos, un café con las cuñadas... Hay que sacar tiempo para entrar en nosotros mismos, o la cebolla no dejará de ser ese tubérculo que a veces te hace llorar.
Me paraba a pensar: Carmen, ¿cumples ese requisito importante para llegar al fin último, a esa meditación que convierte a tu lavavajillas en un potencial de aventuras: la mirada. La observación? Pues desde la observación de esas pequeñeces de la vida, de esos símiles domésticos que hablábamos en un estado facebokiano, desde ahí a lo insólito y milagroso de lo cotidiano hay un pasito de nada, que es tan grande y decisivo como ese primero de un bebé, titubeante, tosco y impreciso, pero tan contundente que a partir de él ya no hay distancias. Existe una frase por ahí que dice que todo gran viaje empieza por el primer paso... Confucio tal vez, pero aventuro la autoría. Y así ha sido siempre, en medicina, en física, en matemáticas, hasta el mismísimo bosón de Higgs tuvo un primer paso. Y no hace falta que los demás nos crean, que nos tachen de locos, inconscientes, que nos juzguen a la ligera, incluso que perdamos amigos y afectos queridos, lo importante en ese primer paso es creer.
Y tal vez esta entrada es la prueba de que unas codornices con salsa de setas, un breve instante en una mañana de domingo, mientras los rayos de sol se cuelan por los planos tejados de los edificios a los interiores de los patios y se desvanecen en segundo y el ruido del extractor de la cocina que recoge vahos con olor a boletus, son esos ordinarios momentos que han generado esta reflexión: Que todo gran momento del ser humano tiene un primer paso por el que a veces nadie apuesta ni un pimiento, ni siquera una cebolla, pero basta estar convenciado de ello. Basta creer.

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