19 de mayo de 2013

Blogueguería 164: Mayo del 89

El curso del 89 llegaba a su fin. Mayo y los exámenes finales en puertas. Un piso de estudiantes en la calle Paz. En frente, existía un taller de prótesis dentales, en donde dos chicos jóvenes fabricaban con pasmosa minuciosidad  incisivos y molares de porcelana y los montaban sobre arcadas de resina. Eran conocidos, pero aquel año fueron asiduos de tertulias vespertinas. Tras su comida y nuestra comida, tomábamos café en aquel acogedor apartamento de cuidado parqué y grandes ventanales. Hoy ese negocio ya no existe, y no sabría decir qué fue de aquellos dos, el tiempo borró sus huellas como la de tantos otros que aparecen y desaparecen en algún momento concreto de nuestra vida. No deja de ser curiosa esa desaparición, esa pérdida de contacto con aquellos que un día fueron una constante presencia.


El vecino del cuarto era italiano. Unos treinta años. Siempre vestía impecable, de oscuro. Era un olvidadizo, no había día en que no bajase a por azúcar o sal que había olvidado comprar, decía. Nunca le invitábamos a quedarse, a una de las chicas le daba mala espina, decía que tenía cara de mafioso, que nunca se quitaba las gafas de sol al subir al ascensor. Ahora que pienso, yo tampoco lo hago, no me quito las gafas de sol al subir al ascensor. Terminó por mirarnos mal, con verdadera cara de mafioso por no conseguir colarse en nuestra intimidad, más bien creo que en la cama de alguna de nosotras. Tiempo después, me lo crucé en alguna ocasión, igual de impecable, igual de oscuro, algo más gordo.

1989 fue un año tan clave como extraño. Caía El Muro de Berlín y el demonio rojo aprendía a decir ok, que cantaría Luis Eduardo Aute. En España empieza el principio del fin del felipismo, con la tercera victoria consecutiva en las urnas del PSOE, y nace el PP. Y yo hacía primero de una carrera que sabía que no iba a continuar. Fui a parar allí por azar, más bien por el despiste de no hacer reserva de plaza en ninguna carrera a la espera de la nota de selectividad. Tal vez un necesario paréntesis, un buscado abandono. No existía presión, no eran asignaturas difíciles, todo rodaba en una ansiada tranquilidad que me abstraía de la tragedia familiar acontecida meses antes, la muerte de mi hermano Javier.

El amor nunca confeso de un seminarista marcó aquel año. La contención del amor. Fui su particular muro de Berlín que nunca echó abajo y que agradecí infinitamente, porque con aquel maravilloso ser humano faltaba lo principal, y es esa atracción que percibes que te empuja y sale en cada poro. Surgió una amistad que hoy perdura.

Leía a Muñoz Molina, 'El invierno en Lisboa'. Recuerdo especialmente aquella lectura; un revenido invierno que acortaba la luz de la tarde en el inmenso ventanal de aquella cálida guarida, y aquel otro invierno entre mis manos. La lenta evanescencia de la luz de las tardes de aquel mayo gris acomodaba la pupila, cada vez más midriática, a aquellas líneas entre las que imaginaba a Santiago Biralbo, bourbon en mano, en algún tugurio lisboeta escuchando jazz.

Nevó aquel mayo del 89. No sabría decir si lo hizo el día de mi ventidos cumpleaños. Aquella nevada ponía colofón a un año de frío en el alma, de acomodarse a las ausencias, a la pérdida irreparable. Y cada mayo, en el que se reviene tan crudamente el invierno, me trae a aquel mayo del 89, aquella nevada, aquellas tardes que marceaban con su luz y el deseo de que la tibieza de la primavera retornara de nuevo.
Y al fin llegó el verano.

2 comentarios:

  1. Carmen,
    ¿Si te entiendo hoy o ayer (19) es el día de tu cumpleaños? Si es cierto, feliz cumpleaños!
    Saludos

    ResponderEliminar
  2. Gracias, querido amigo. Sí, has entendido perfectamente, como siempre ;)

    Un abrazo

    ResponderEliminar