LA RUPTURA
Accedió a compartir una última hora, tras
haber firmado ante el notario el acuerdo de su separación. Tampoco tenía que
salir corriendo. No tenía que huir de nadie, a un caso de sí misma, pero no era
ese el mejor momento. No fue difícil, ni hubo discusión alguna en cuanto a los
bienes, de ellos siempre hubo separación desde el primer momento. Tampoco había
que poner régimen de visitas para los niños, ni decidir custodias compartidas o
quién quedarse con la patria potestad, porque no había niños, nunca los hubo ni
los habría ya, al menos en común. Tal vez por eso fracasó todo, por esa
separación de los bienes materiales y la ausencia de seres en común. O no, los
hijos no dan la felicidad, tampoco lo contrario. Y lo de la separación de
bienes era algo anecdótico, fue así como podía haber sido al contrario. Bueno,
ya está, sin rencores. Quince años juntos más una última hora. Pero ella
continuaba en su idea, y era la de haber terminado por las bravas, la de tener
algo que echarse en cara, alguna infidelidad de uno o de otro, algún mal trato,
una indiferencia que pesara tanto como para convertirse en un reproche… Pero
nada, simplemente ya no tenían nada que decirse. Cuando surgían las palabras,
sonaban como las de ayer, y las de anteayer, y las de antes de anteayer…
cansadas, hartas. Así las sentía ella, como un peso del que necesitaba liberarse,
liberarlo también a él.
Le dijo que su cuello era muy hermoso. Lo
dijo con su erre gutural que, tras quince años inmersa en palabras en
castellano, seguía gorgoteando con suavidad entres sus cuerdas vocales de
origen francés. ¡Cómo la envidiaban todas sus amigas! ¡Un francés!, Martina
tenía un novio francés, alto, guapo, interesante, y que hablaba el castellano
como un francés, con esas erres y esa musicalidad del cambio de los acentos que
le hacía tan gracioso sin pretenderlo. ¿Y qué pensarían ellas, sus amigas que
la envidiaban por ese marido tan interesante y tan francés? De alguna manera le gustaba sentirse
envidiada, y le gustaba ese juego de miradas y medias sonrisas que levantaba
expectativas sobre su vida sexual sin contar ni una sola palabra. Ellas eran
felices así, ella también.
Ahora lo miraba detenidamente, a sus labios. Siempre le gustó mirar su boca,
incluso cuando no hablaba, y ahora lo hacía también, nada más terminar de decir
eso, “Tu cuello es muy hermoso, Martina”. ¿A qué venía eso ahora? Sabía que en
él no era un cumplido, se lo había dicho cientos de veces, se lo había susurrado
más bien, cuando sus labios la besaban despacio, con un roce, como si temiese
que se quebrase entre su boca. Y desde ahí descendía hasta colmarla de placer. “Lo
besaría de nuevo, una vez más, si tú quisieras…”. Pero ella no quiso, y hasta
ahí llegó aquella última hora con Gerard, la primera oficial y definitiva del
Ya No Quiero.
Carmen, muchas gracias por escribir este precioso texto, es un regalo, preludio de fin de semana. Tu escritura es pausada, calma en estos días de exámenes finales y nervios.
ResponderEliminar¡Buen fin de semana!
Yo también tuve un novio francés, pero entre mis amigas y compañeras era normal. Ibamos a Francia de intercambio y ligabas. Muchas de mi curso están casadas con franceses con esa r tan gutural, tan interesante. Se los han traído a vivir a Pamplona, y los niños, medio franceses estudian en clase con mis hijos.
No es lo mimos Gerard que Gerardo. Más bien no tiene nada que ver.
Mi novio tenía pecas y era tirando a rubio. Era un encanto, la verdad. En las cartas en lugar de TE QUIERO, ponía TE AMO. Era lo que más me gustaba a los dieciséis. TE AMO.Y ahora también. Prometió que cuando tuviera 19 vendría en coche desde Bretaña para verme, pero nunca vino.
Nadie me lo ha vuelto a decir,en su lugar el usual te quiero.
Make
Te quiero suena a posesión, te amo es un verso...
ResponderEliminarUn abrazo, Make