En la puerta de un restaurante chino, he visto a un joven embebido en la pantalla de su teléfono móvil. Sus dedos pulgares, como labios ávidos de pronunciar palabras, se movían con una agilidad desesperada. Ha sido entonces cuando me ha asaltado este poema:
A VECES, CUANDO LA NOCHE ME APRISIONA
suelo sentarme frente a una cabina
telefónica
y contemplo las bocas que hablan
para lejanos oídos.
Y cuando el hielo de la soledad
me ha desvenado, los barrenderos moros
canturrean tristemente
y las estrellas ocupan su lugar,
yo acaricio el teléfono
y le susurro sin usar monedas.
(Félix Francisco Casanova)
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