7 de septiembre de 2013

Blogueguería 200: Heridas

Reparaba hace un rato en las dos cicatrices que, por el momento, hay en mi cuerpo. La huella objetiva y visible de lejanas heridas. En el pie izquierdo, una mancha similar al mapa de Asia, casi imperceptible después de más de cuarenta años. Recuerdo ese puchero de agua hirviendo en el fuego, no sé qué curiosidad me llevaría allí. Después me recuerdo en los brazos de mi madre. Ah, mi madre corriendo con sus hijos en brazos, maltrechos o muertos. Luego recuerdo ese pie vendado hasta el tobillo días y días. No recuerdo dolor, ni cuando ese agua se derramó sobre él, ni en las curas de aquella herida.

La otra es una cicatriz quirúgica convertida en una línea media vertical, que divide en partes iguales el abdomen. Esta es más reciente, una cesárea. El dolor está presente, frío y punzante: el del escalpelo abriéndose paso por la epidermis hacia el interior. Una epidural que no respondió a la analgesia esperada. No se reproduce al recordarlo, pero se reconoce, casi es inevitable la encogida de las tripas.

Y pienso en la inconsciencia de la niñez. Deseábamos rompernos un brazo sólo para poder llevar una escayola y que nos firmaran en ella los compañeros de clase. Los lisiados con una pierna o un brazo, por la caída de una bicicleta o de un árbol, eran nuestros héroes. No pensábamos en el dolor del hueso quebrado. El dolor no existe. Y cuando existe, el llanto lo borra sin dejar rastro, como no deja ni rastro de lágrimas la mano de una madre barriendo las mejillas de sus hijos y su beso sanador.

Recorríamos los tejados desde la azotea, a la hora de la siesta, cuando hasta los gatos duermen. Pisábamos con cuidado, pero firmes y decididos, las tejas o las uralitas, sin pensar en que un mal paso o un descuido podría estrellarnos contra el suelo. No se trataba de un desafío, ni tan siquiera un desprecio a la muerte. La muerte no existía. Los niños no se mueren, sólo mueren los viejos.

Pienso de vez en cuando en aquella edad, en la que ninguna herida era indeleble, y me recuerdo allá arriba, sobre el tejado, con los brazos en cruz, como si volara.


No hay comentarios:

Publicar un comentario