27 de septiembre de 2013

Blogueguería 211: Retrato costumbrista

Frente al mercado de abasto, un padre primerizo -se les conoce bien, a ellos, a los primerizos- sujeta a su bebé de pocos meses sobre su hombro. Como si temiese partirlo, o que se desintegrase como polvo entre sus dedos, lo toma con cuidado con ambos brazos y, protegiéndolo contra su pecho como un escudo de gladiador, desciende lentamente hacia el cochecito en donde lo reclina, recoloca su ropa para que ningún pliegue lo incomode y cierra con celo los anclajes de seguridad. Una mujer joven sale del mercado, se dirige hacia él, coloca la bolsa de la compra bajo el carrito y luego lo besa. Echan a andar, juntos, él lleva el carrito y ella camina a su lado.

La plaza Cervantes es un avispero. Corre una brisa fresca. Es una confluencia de calles y de corrientes de aire. Señoronas con excesos de bisutería y de joyas caras en cuello y manos, y de carmín sobre sus labios desdibujados por los años. Prejubilados con alardes de lozanía tomando café o vino con un Farias. En una mesa vacía, un ejemplar de La Tribuna abandonado. En otra, un hombre acompañado de una taza ribeteada de la reseca espuma de un café se parapeta tras las hojas de La Razón.

A la entrada de un edificio, junto a Massimo Dutti, una pareja sentada en un escalón tiene delante de sus rodillas un cartel en el que reza: No buscamos caridad para vivir, buscamos trabajo. No sabría decir la edad, tal vez treinta y pocos con apariencia de cuarenta, en cualquier caso, una vida envejecida. Permanecen con la cabeza gacha, ella se reclina ligeramente sobre él y entrelazan sus brazos. A sus pies, sobre el suelo, un recipiente en donde destaca el deslucido ocre de las monedas, algunos dorados y un marginal plateado. 

En la plaza Mayor, un operario del ayuntamiento renueva las petunias de las macetas que penden sobre las farolas. Los colores de las petunias dan mucho juego: ora blancas, ora violetas, ora amarillas, ora otra vez blancas... El cielo pinta gris perlado, sin amenaza de lluvia, por una esquina; por la otra, un azul claro es atravesado por una flota de diminutas nubes, como montañitas de algodón que se mueven a la deriva y se desbaratan hasta desaparecer. En la calle Toledo, centro neurálgico del comercio de esta ciudad medio siglo atrás, bares fracasados cambian de nombre y de dueño como quien se cambia de camisa. Pequeños comercios de telas y de ropas cuelgan el cartel de "LIQUIDACIÓN POR CIERRE"; en otros, tras el anuncio de "SE VENDE O SE TRASPASA LOCAL", se entrevé el frío vacío de la ruina.


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