17 de febrero de 2014

El accidente

Todo es gris, gris oscuro y espeso, como este invierno que no parece tener fin. Me niego a abrir lo ojos. Creo que estoy muerto; el chirrido de un frenazo; un golpe seco, un crack por encima de mis rodillas; un dolor intenso en el pecho, por dentro, como cientos de puñales que se clavan al mismo tiempo; la sensación de volar sin control por el aire, y el crujido de un melón al caer al suelo. Y todo bajo mis párpados se ha vuelto gris, ondulados grises que parecen bailar sobre la superficie de un mar en calma. Y un zumbido de abejas a mi alrededor. Calor, siento un calor rojo que sale de mi boca y desciende hasta mi oreja, lento, húmedo, tibio, viscoso. Va tornándose en una grieta, como un surco de lava petrificada sobre mi cara. Y el zumbido de abejas que va y viene... Ahora se avivaba como un enjambre enardecido.

Mis labios permanecen cerrados, pero mi lengua sabe a mar, un mar cálido y salado, de lentas olas que arañan la playa, el discontinuo seseo de la espuma muriendo sobre la arena... Eso es ahora mi cabeza. No me atrevo a moverme, hago un vago intento pero la orden de mi cerebro se pierde entre las hilachas de mi columna desnervada. Sólo un acto reflejo hace girar mis manos.

"¡Parece que está vivo!", "¡Que nadie lo mueva!", "¿Alguien ha avisado al 112?". El zumbido de abejas ha desaparecido, ahora todo son voces. Parece que estoy viendo sus caras de angustia, de compasión... Temen que me muera delante de ellos, les asusta ver a un hombre tendido en el asfalto, destripado, pero aunque miran de soslayo con cara de espanto, no dejan de mirar. Hay algo de indigno en ver morir a otro sin hacer nada. Los imagino...¡¿Por qué no volvéis a vuestros trabajos o a vuestras casas, pandilla de imbéciles?!

Mi espalda está empapada... No recuerdo que hubiese llovido... "¿Me oye? ¡Abra los ojos!". Alguien zarandea en mi hombro al mismo tiempo que me da órdenes... Hago un esfuerzo por responder, y vislumbro el rostro de un ángel vestido de un reflectante amarillo. Si alguna vez imaginé el cielo, no lo imaginé con criaturas así. Sus manos enguantadas sujetan mi barbilla. Acerca su oído a mi boca. "¡Respira!", dice. Me abandono a la cadencia y la dulzura de su voz. Y sus labios... están tan cerca, son tan rojos... Por un momento he creído que iba a besarme. Está descubriendo mi pecho. Alguien que no acierto a ver me toma, casi con violencia, el brazo... Una red de cables me atrapa en breves segundos. Suspiro... La voz del ángel se aleja por un estrecho túnel, y un extraño eco, como una marea que crece hasta ahogar las rocas, repite sus palabras: lo perdemos... Sus labios rojos se alejan, más... cada vez más... como un sueño imposible.

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