25 de febrero de 2014

Notas: la noria

Un verano, allá por la cada vez más revenida infancia, me presté a ser compañía de una vecina que todas las mañanas iba a regar un huerto a las afueras del pueblo. Mientras ella abría y cerraba tapones de tierra que anegase los tablones de pimientos, tomates, judías verdes..., yo me sentaba al borde de la noria, en donde ella cariñosamente me había ordenado que no me moviese, por miedo a que cayese al pozo o a otro tipo de accidente, supongo. Desde aquella prudente distancia, veía dar vueltas y más vueltas a una mula vieja que, con su constante y renqueante caminar en círculo, extraía el agua que aquella tierra polvorienta bajo el insidioso sol del verano necesitaba para dar sus frutos.

Esa fue la hipnótica imagen de aquel verano: el chirriar de unos oxidados cangilones que vertían su agua sobre un reguero, el sordo sonido de las pezuñas sobre la tierra de un animal cansado en su diaria rutina de bestia domesticada, y esa eterna circunferencia que describían sus cuatro patas. 

Con los años, me asaltaba esa imagen de la noria, la bestia, la quemazón del sol, la silueta de mi joven vecina azada en mano, removiendo con afán la tierra, el chorrear del agua entre los agujereados cangilones, las vueltas y más vueltas hasta desgastar las piedras... como una metáfora de la vida.

Y es que, a veces, la vida parece no tener más afán que el de girar sobre sí misma, y nosotros somos esa bestia que, resignada a su tarea, da vueltas y más vueltas en la misma senda. Los días, las semanas, los meses son esos cangilones que incesantes van y vienen sobre ese pozo, ese manantial de vida que a veces parece agotado. Los días siguen fluyendo como una noria sin sentido, sin agua que verter ni tierra que anegar, sin esperanza de frutos, bajo el resquemor de un sol que nos avieja. 

La esperanza está en el objeto de observación, en revolver la metáfora, en ponerla patas arriba, en no ser la bestia renqueante que da vueltas a la espera de que llegue el final del día, sino en ser pozo, fuente inagotable, frescura, savia de regueros, de esos caminos nuevos que se abren y hay que anegar de agua para que germine la vida. Porque el eterno devenir de los días, esa noria que incesante nos voltea y nos remueve, nunca trae consigo lo pasado, siempre es una suerte de oportunidad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario