7 de noviembre de 2014

Hoy ya es otoño

Nada nos robará el otoño, se irá haciendo, a su manera…  Caerá hasta la última hoja, lenta, muda, vencida, y nadie se dará cuenta, porque así es la derrota de lo inevitable.


Sobre un fondo de cielo gris, bandadas de aves revolotean ensayando su viaje.  A veces, alguna parece ir a su libre albedrío, como una brizna dejándose llevar por el aire, pero de inmediato toma posición, y se forma ese todo perfecto, esa armonía que las llevará lejos. Se elevan con la gracilidad de sedas izadas por el viento, forman uves, giran en círculos y dibujan jeroglíficos imposibles, como constelaciones de oscuras estrellas sobre un fondo de luz. Ha llegado el momento, ese que indica el preciso instante de partir: cuando el frío y la escarcha de la mañana hacen crujir las alas, y las vuelve pesadas, inútiles, frágiles como esa copa cristal que se rompe en el brindis. Es hora de ir en busca de otro sol, de esas otras primaveras que existen más allá de la bruma del horizonte.




La ciudad se viste con chaqueta de invierno. Lejos queda la tibieza del sol del pasado domingo por el paseo del parque, en las plazas, iluminando la inocencia de los juegos de los niños. Hoy parece que siempre ha sido otoño… paraguas cerrados asidos al brazo, botas altas, pañuelos anudados al cuello, y el frío húmedo dejándose caer sobre las caras de otoño, porque el otoño pone cara a las caras que parecen arrebujarse entre los cuellos de las chaquetas, agazaparse bajo los paraguas que nos resguardan de la lenta caída de la lluvia de otoño,  de su fino velo gris que nos desdibuja en medio del paisaje, como figuras inasibles al otro lado de un espejo.


El otoño tiene su cadencia, su música, como un eco que brota de las esquinas desiertas… la melodía  de un violinista en la puerta de una sucursal bancaria, sin ningún eslogan sobre un cartón, sin ningún vaso de plástico en donde depositar monedas.


El otoño tiene su memoria, esa ventana que evoca el recuerdo, ese escenario de nostalgias: el vaho sobre los cristales y los ojos abiertos de la infancia viendo la vida llegar, dibujando aviones con el dedo… Los ojos cansados de un viejo “viendo a su infancia jugar”; los ojos de una mujer contemplando la calle mojada de su ciudad, la esquina de la plaza cercana por donde tantas veces se aleja y se pierde, los pasos que van y vienen… y esos otros que nunca vendrán.


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