25 de noviembre de 2014

No la mató porque era suya...

... la mató porque no la quería, porque nunca la amó, porque, parafraseando al poeta, siempre la miró con unos ojos sin amor. 

Dinamarca, 52% de su población femenina sufren agresiones físicas o sexuales por parte de un hombre.

Finlandia, 47% de su población femenina sufre agresiones físicas o sexuales por parte de un hombre.

Suecia, 46% de su población femenina sufre agresiones físicas o sexuales  por parte de un hombre.

Holanda, 45% de su población femenina sufre agresiones físicas o sexuales por parte de un hombre.

Reino Unido y Francia, 44% de su población femenina sufre agresiones físicas y sexuales por parte de un hombre.

España,  22% de su población femenina sufre agresiones físicas y sexuales por parte de un hombre. La mujer española denuncia, además, en un porcentaje más elevado que el resto de las europeas, situaciones de malos tratos y abusos sexuales.
La razón principal de la NO denuncia es el miedo.

Ciudad de Juárez, México (aunque desgraciadamente no necesita ubicación), se ha convertido en una ciudad de feminicidios.

En China y la India existe el aborto selectivo de niñas, se estima unos ¡dos millones! de niñas no nacidas en un año.

No entraremos en más cifras referentes a la ablación en Asia y África, niñas vendidas como esposas, y otros jardines desgarradores que caen en suerte por el mero hecho de nacer mujer en ciertos países y culturas.

* Entiéndase en negrita puta suerte y aberraciones y vejaciones bajo el nombre culturas.


Aun así, aunque el grito es enérgico, el nuestro como mujeres unido al de tantos y tantos hombres, no vale sólo con decir:


No son suficientes las leyes y las instituciones que amparan a estas mujeres en su tragedia personal que no deja de ser una vergüenza y un fracaso social. España es un claro ejemplo de que las leyes y el amparo de las instituciones a estas mujeres ayudan a romper y salir del círculo que genera esa violencia, son un recurso legal y social cuando el problema está instaurado, cuando la puta suerte toca tu puerta y te toca uno de esos a los que les gusta soltar el puño. Las leyes también pueden trabajar para evitar desigualdades salariales, abusos laborales etc, etc... Las instituciones internacionales también denuncian y presionan a esas culturas cuyas leyes atentan contra los derechos y la dignidad de la mujer, sin mucho éxito, porque hay tradiciones y religiones convertidas en leyes, y para cambiar la suerte de esas mujeres sería necesario acabar con su cultura. Arduo camino.

Pero de nuevo lo gritamos: 



Tal vez ciertas campañas y ciertos símbolos pueden ayudar a vencer, o a no caer, en estereotipos sociales establecidos. Pero ni las leyes, civiles o penales, ni las instituciones pueden hacer nada en un problema de base, una cuestión educacional, en esa manera de convivir en el núcleo en donde se ha nacido, en donde se crece y se va formando ese hombre y esa mujer futuros, y en cómo se percibe todo desde la vulnerable infancia, cuando todo entra por los sentidos, donde todo se observa y se absorbe como una esponja. Tal vez se han perdido conductas o manifestaciones de respeto, de afecto, tal vez son demasiado frecuentes las imágenes violentas (el portazo, el puñetazo en la mesa, como esos machos de la manada en la demostración de quién es el más fuerte y quién someterá a quién), las escenas de insultos y humillaciones, el hablarlo todo a voces... Tal vez sean muy escasas las conversaciones tranquilas, manifestar humildad; la de saber pedir perdón, y el abrazo de reconciliación, en donde hijos e hijas perciban una relación de respeto y entendimiento, al margen del sexo de sus progenitores. Porque no van a ser las leyes las que enseñen a los hombres a querernos ni a respetarnos como mujeres, sino nosotros mismos quienes enseñemos a nuestros hijos a quererse y respetarse al margen de ser mujeres y hombres. Tal vez llegue el día en el que aprendamos a mirarnos y ver a un ser humano. Cito una frase (no literal, pero casi) de la película Adivina quién viene a cenar esta noche, en la que Poitier le dice a Gleen: Tú me miras y ves un hombre negro. Yo te miro y solo veo un hombre. Frase que define a la perfección el prejuicio racista, incluso entre los propios negros.

Tal vez, sólo cuando aprendamos a mirarnos sin el prejuicio sexual, incluso entre nosotras mismas (esas mujeres que educan a sus hijas para que sean estereotipos de mujeres y no seres libres), surgirá la esperanza de acabar con esta violencia que asola, en mayor o menor medida, a todos los países y a todas las culturas. Y tal vez, en un futuro no muy lejano podríamos dejar de hablar de violencia de género o sexista, aunque mucho me temo que sería muy difícil su erradicación total, porque la hijoputez es un mal que no tiene cura, pero esto último no es cuestión de sexo, sino de maldad.









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