23 de febrero de 2015

A un joven poeta

Un hombre joven se acerca a mí. Dudo de si buscará mi colaboración para el Alzheimer o cualquier otra enfermedad devastadora, o una firma para tal o cual cosa. En su mano trae algo que por la nocturnidad no acierto a distinguir. Algo quiere venderme, seguro. 

Y acierto, me vende su sentir encuadernado a mano, su ANTOLOGÍA I. Aborda amablemente, pregunta si me gusta leer. Dos euros, y se va.



A Laura, a la madre, al padre, a otros nombres, a las manos azules de su niña... Alguna errata al escribir, repasar y no ver. Algún tí tildado, pero eso es lo de menos.





Dos euros por su poesía, por ese amor que no se puede expresar con palabras que uno escribe tan sólo. 




Pues a ti, David Gómez, poeta sin nombre (aún, la vida es larga, oí decir a otro poeta) en ese Olimpo de elegidos, te devuelvo el gesto amable. Porque a mí me gusta leer y a ti te gusta escribir, y pondremos el viceversa: a ti seguro que te gusta leer y a mí también me gusta escribir. Porque ambos concebimos la vida desde esa mirada que busca la palabra escrita y leída para expresarla, para reconocerla, o simplemente para sentirla. Porque, a veces, nos quedamos mudos, en cueros y tiritando, no hay palabras, no se revelan... y no importa, como esa fotografía que no recoge la suavidad de la brisa sobre la piel. Pero siempre ella, la palabra que no es capaz de definir lo inefable, será el instrumento que nos descubre a nosotros mismo, y nos lleva por la vida, a veces, como palo de ciego. 

Corren malos tiempos para la palabra, ahora que tantas se escriben y tan pocas se leen. Te deseo la mejor suerte.





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