8 de mayo de 2015

Yo soy la locura



Las emociones y los sentimientos rara vez son como un dulce que se deshace lento y placentero en la boca, siempre existen otras connotaciones; muchas veces son como ese aceite aromático, de intenso sabor e igual acidez que irrita la garganta hasta hacernos toser y que se salten las lágrimas; otras, como la piedra pómez, nos frota una y otra vez la piel hasta dejarla al rojo vivo, algo así como la quemazón del alma; otras, son esa tableta de chocolate a la que hay que dar fin, hasta el hartazgo, un atracón emocional que nos ahíta, pero al que no estamos dispuestos a renunciar. Todas ellas conforman la vida, y es tan irrenunciable el sentirlas como irreparables puedan ser sus consecuencias.

Y el deseo. El deseo es el hambre y la sed del que se pierde en un desierto. ¿Qué no daría el extraviado por un trago de agua que humedezca su garganta seca, por un pedazo de carne que llevarse a la boca y calme el rugir de su estómago? ¿Qué no daríamos, a veces, por rozar unos labios, por saber el sabor de una boca, por apretar unos muslos, por estar dentro de un cuerpo por unos instantes (toda una vida), por abrazar una cintura? ¿Cuántas veces hemos imaginado el sabor de un beso, el tacto de una piel, el olor de un cuerpo desnudo junto al nuestro? ¿Quién no ha sentido esa pulsión, semejante desenfreno que se apodera de nuestra voluntad tan irracionalmente? ¿Quién no se ha dejado atrapar en algún instante de su vida por esa locura?  El deseo es un motor de vida, la razón más irracional que mueve el mundo.

Andrés Ortiz Tafur reúne, en su libro 'Yo soy la locura',  veinticuatro relatos que se mecen en estos mares: emociones, pulsiones y deseos. El Deseo con mayúsculas. Hilo conductor de todos ellos, ese motor de vida, y el mundo de la pareja como protagonista de toda esa cocción en la que Ortiz Tafur cincela cada relato, cada frase, hasta dejarlo en su mínima esencia y máxima expresión. Ni un adjetivo más del imprescindible, porque todo ornamento sobra cuando la realidad cotidiana se dibuja desde el prisma de su crudeza, de las bajas pasiones, del instinto de supervivencia o la autodestrucción, esas vidas desoladas por el desgaste de la rutina, por las inseguridades, por los celos...

No me gusta buscar en los escritores que leo el referente de otro escritor, me acerco sin el prejuicio de la crítica, y encuentro un universo propio en el que su escritura puede evocarme puntualmente a otros textos ya leídos de otros escritores, como puede evocarme, incluso, alguna canción, y eso no quiere decir que esta fuese fuente de inspiración para quien relata. El regalo, título de uno de los relatos, me recordó esta canción de Sabina. Se compara a estos nuevos relatos de Andrés Ortiz Tafur con el realismo sucio de Carver, y cierto que en La mujer de mi amigo, otro de sus relatos, me lo recordó. Me faltan muchos por leer (no me dará la vida, lo sé), pero no he leído a nadie que se parezca a Ortiz Tafur (a nadie te pareces desde que yo te leo, parafraseo a Neruda). Ortiz Tafur sigue flirteando con el surrealismo de su primer libro, 'Caminos que conducen a esto', no abandona esa particularidad suya, la alegoría de El Bosco para pintar la pura realidad del momento... algo así hace este particular autor, yendo desde un absurdo tan real y una realidad tan absurda que se confunden para ser una sola, y es que la vida se mueve a veces en esos dos planos, como dos placas tectónicas en constante réplica: ninguna realidad escapa al absurdo, ningún absurdo está exento de realidad, como esa mujer que finge ver alienígenas, en Los alienígenas. Así, cada relato de Yo soy la locura, incluso desde lo alegórico, nos muestra una realidad, a veces tan hiriente, otras tan absurda, otras tan desoladora... en definitiva, tan humanas. Y como en 'Caminos que conducen a esto', la imaginación prima en cada relato, el giro inesperado, el cierre perfecto.

Yo soy la locura, esa prosa delirante que atrapa al lector.


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