Me acuerdo de cuando me matriculé en
primero de BUP y rellené el formulario para la solicitud de la beca. Sentí que rubricaba un tratado en el que se me concedía la posibilidad de ser
libre: libre para mantenerme económicamente, libre para vivir en cualquier
parte, libre para amar a quien quisiera y como quisiera… Esa gran concesión de libertad vendría en entregas de pequeñas concesiones a las que tenía que responder con mi
esfuerzo, y en donde no podía fallarle a mi madre, porque yo estaba en la secretaría de aquel instituto público gracias a ella.
Algo dentro de mí me decía
con una firmeza incontestable, casi con fiereza, que aquella sería una de las
mayores conquistas de mi vida.
He experimentado la impiedad de la vida, pero me mantengo firme en la fidelidad y la gratitud hacia ella, y ella, a cambio, mantiene su pacto, el de esas pequeñas concesiones que me hacen sentir el pulso de esa otra concesión, de aquella conquista: la libertad.