La DGT, amablemente, comunica por carta la caducidad inminente del carné de conducir, tras diez años de vigencia desde la última renovación. Ese documento color rosa, de tan rudimentario diseño, hoy que todo tiende a una apariencia tecnológica, moderna... tan poco práctico por su tamaño, cuando igualmente el diseño de los documentos o tarjetas se reducen o aplanan para ocupar el menor espacio posible y ser cómodamente manejable, y cuya manera de identificarnos, teniéndolo que mostrar ante el requerimiento de la autoridad, es igualmente arcaica comparada con los novedosos y precisos métodos tecnológicos de identificación, como pueda ser una huella digital intransferible o la lectura del iris. La guardia civil de tráfico debería portar un aparatito última generación (si no existe, tendría que inventarse) capaz de identificarnos como conductores, sin necesidad de andar revolviendo en el bolso o en la guantera del coche.
Recuerdo que me ilusionaba el cambio de foto en las dos o tres primeras renovaciones del carné de identidad. Más que ilusión, era la impaciencia por cambiar una imagen con la que ya no me identificaba, o la imperiosa necesidad de pertenecer al mundo de los adultos, que quedase constancia de que se había producido un cambio importante y había que reflejarlo con esa nueva imagen más fidedigna y actualizada que la de aquella otra, adolescente e inmadura, capturada sobre un fondo pajizo, con la huella del acné de la pubertad, la mirada inocente bajo unas cejas sin perfilar y el pelo corto sin un estilo definido.
Después, todo cambia, y llega un momento en el que ese cambio de documento (y de esa foto que lo acompaña) ya no es necesario cada cinco años, sino cada diez. Los cambios que se esperan no serán tan importantes como para alterar la asentada fisonomía, es como ese periodo ventana de la manzana madura que se recoge del árbol y que aguanta en el compartimento de la fruta un mes, tal vez dos, inalterable, hasta que un día su piel comienza a arrugarse, o a pudrirse su interior... Esa imagen de los treinta y tantos que permanecerá inalterable hasta los cuarenta y tantos, aunque por nosotros pase inapelable la vida, aunque incluso nos sobrevenga inesperada la muerte.
Como también llegará el momento en el que ya no sea necesario renovar el carné de identidad, porque ya dan igual los años arriba o abajo, ni sea aconsejable seguir conduciendo (ignoro si incluso se prohibe por motivos de seguridad víal)... creo que esto último lo llevaré mal. Mientras tanto, seguiremos renovando la foto, aunque ahora, más que una emoción, parezca que cambiarla es envejecer un poco más.
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