3 de diciembre de 2011

Blogueguería 29: Una rosa 23.28€

La plaza Cervantes es un escurridizo mosaico de hojas amarillas. Ni un centímetro gris de asfalto. Todo es otoño. Han permanecido tanto tiempo a la espera de un soplo de viento, tras un verano que se antojaba interminable, que ahora se dejan caer todas juntas, como si corriese prisa desnudar las ramas, acelerar la estación que no llegaba. La he atravesado con pasos cortos y firmes. Con cierta prisa, yo también. Las sillas y las mesas de las terrazas de hasta ayer mismo, se apilaban al lado de las farolas, aprisionadas a ellas por una larga cadena, a la espera de nuevas tardes de luz y tibieza.

El cajero del banco de Santander siempre suele tener inquilino. A veces me recuerda a los confesionarios; el cliente parece expiar sus culpas cara a la pared, al otro lado Botín, perdonando nuestras deudas y diciendo eso de ego te absolvo in nomine de las hipotecas, intereses y comisiones por las que hemos vendido nuestra alma a semejantes diablos. Algunos pareciese que en vez de sacar cien euros para pasar la semana, están llevando a cabo una operación secreta de evasión de capital, a juzgar por la forma en la que miran a un lado y a otro y la premura de sus movimientos. O el miedo a que aparezca una punta de navaja en los riñones o en su cuello, que, hasta ahora, aquí hay relativa tranquilidad, pero nunca se sabe.

Abandono la calle Alarcos, una calle que prefiero patear desde la plaza del Pilar al parque de Gasset, en donde se ensancha como invitándote a salir de su fealdad de fachadas y exiguos escaparates. Camino en dirección calle Morería. La tarde no está para pasear, hace un frío negro, el que se filtra a través de las fibras sintéticas de las cazadoras y parece penetrar impunemente bajo la piel. El frío que anuncia la noche más larga, los amaneceres de escarchas y los -4ºC de temperatura exterior del coche sin apenas haber salido de la ciudad. Este frío que nos ha pillado a todos casi en cueros.

Busco la floristería Ikebana, un pequeño comercio que hace esquina con la calle Azucena, y que aún perdura merced a que es un negocio familiar, como perdura la carnicería Hermanos Amores, o la cuchillería Novoa, como perdurarón durante décadas las famosas armerías de la plaza Mayor y de la calle Paloma. Las floristerías son una anacronía, y las floristas (que ya no vienen ni van por la calle de Alcalá con la falda almidoná ni los nardos apoyaos en la cadera), sofisticadas especialistas en el arte de colocar colores y texturas para configurar un conjunto armonioso, bello. Me atiende una de las dos floristas de siempre, puede que tenga mi edad, la conozco desde que existe su floristería. Tiene una voz dulce, pausada (de las que no sabe qué es una palabra más alta que otra) y parece chica de misa de domingo. Le digo lo que quiero y aguardo mientras lo prepara meticulosamente. Curioseo las páginas abiertas de un libro sobre el mostrador. Leo: Una rosa 23.28€.

No hay comentarios:

Publicar un comentario