4 de marzo de 2012

Blogueguería 57: El frío invierno de Paul Auster

Hoy, primer domingo de marzo, es un día de tímida luz, de cielo cubierto de nubes que irrumpieron  la noche del viernes y convirtieron esa mañana, tras un largo invierno sin caer una gota, en un extraño fenómeno de incesante lluvia, como el preludio de un temporal que fuese a durar días con sus cielos cubiertos de un uniforme gris plomizo. Pero no, ahí quedó ese aguacero, en un simple refresco, en una depuración.

La lluvia me provoca una sonrisa triste. Ver llover, escuchar el sonido de la fuerza del agua sobre los tejados de uralita, verla correr calle abajo y oler, aspirar hasta lo más profundo del árbol bronquial, la húmeda pureza del aire, fue siempre uno de los mayores placeres de mi infancia. La lluvia me evoca a una niña pecosa con la nariz pegada en un cristal, o recorriendo con sus dedos en mismo camino que las gotas de agua deslizándose sobre ellos. La lluvia era música en ausencia de música.

Sentir (desde la profunda experiencia de los sentidos) la lluvia hoy, en este estadio de mi vida, me provoca una sonrisa triste. La sonrisa triste es esa mueca cómplice con un pensamiento triste, con una realidad triste. Un ejemplo de sonrisa triste  es esa que dibujan nuestros labios cuando te despides de alguien muy importante para ti y sabes que ya no lo verás en mucho tiempo, o seguramente nunca más. Otro ejemplo de sonrisa triste es esa que dibujas cuando rompes con una persona a la que has amado, con la que has compartido tus días y tus noches, y aún le guardas cariño, a la que no sabes si volver a besar (te gustaría, lo estás deseando) o cerrar página definitivamente. Finales con sonrisa triste... Si lo pensamos detenidamente, la vida está llena de momentos con sonrisas tristes.

Leía estos días a Auster, su 'Diario de invierno', excelente título para esas doscientas cuarenta y tres páginas de autobiografía, de realidad literaria, un "indagar lo que ha sido vivir en el interior de este cuerpo desde el primer día que recuerdas estar vivo hasta hoy. Un decálogo de datos sensoriales. Lo que cabría denominar fenomenología de la respiración", en palabras del propio autor. 'Diario de invierno' me ha provocado muchas sonrisas tristes. Existe una edad en la que toda evocación de la infancia, de la adolescencia, de la juventud, se convierte en una sonrisa triste.

'Diario de invierno' es una constante evocación al pasado desde una revelación del presente: el invierno de una vida, esa edad imprecisa en la que uno siente (desde la profunda experiencia de los sentidos) que ha llegado a esa última estación. Desde la constatación de la pérdida (salud, vigor, belleza), Auster vuelve la mirada a escenas precisas de su vida, a detalles, momentos que el recuerdo entresaca, sin un expreso orden cronológico,  y que van  configurando un retrato de sí mismo, desde el intimismo, desde, me atrevo a decir, la obsesión del cuerpo y su deterioro, pero del cuerpo como expresión de todo cuanto somos, de nuestra presencia en el mundo: el cuerpo malogrado jugando en un supermercado, el cuerpo malogrado practicando deporte, el cuerpo como expresión del deseo, el cuerpo amante, el cuerpo que sufre la pérdida de los seres queridos, el cuerpo en busca de su espacio, el cuerpo víctima de ataques de pánico, el cuerpo que enferma, el cuerpo que envejece... Huellas de tiempo, huellas de vida.

'Diario de invierno' es una sonrisa triste hacia los ya pasados placeres, también hacia el dolor, hacia esa puerta que se cierra y esa otra que se abre sin ninguna certeza de saber cuánto queda por delante, con la plena certeza de saber qué nos ha quedado atrás.

2 comentarios:

  1. Soy un melancólico absoluto, y me gusta arrastrarme por ella sin freno, por eso he dedicado mi vida a luchar contra la melancolía que me produce el pasado, y tan es así que me he ido deshaciendo poco a poco de los recuerdos físicos que tenía guardados como si de un síndrome de Diógenes se tratara.. Conservo creo que únicamente fotos a las que intento no prestar mucha atención. Me llegó a angustiar tanto esa melancolía que fue uno de los motivos fundamentales para dejar la carrera de Historia inacabada y salir por piernas a respirar presente. Vivir en el pasado, y hacer de ello tu oficio, es tentador y asfixiante.

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  2. Creo que hay momentos en los que es necesario dejarse arrastrar por ella, por la melancolía, como hay momentos para expresar el dolor, el llanto... Y de la misma manera hay que saber salir, ponerle límite a ese arrastre, ¿cuándo?, pues creo que también hay un preciso instante, y es ese en el que eres conscientes de que o sales de esa dinámica o te conviertes en una persona triste e infeliz.

    El pasado solo se mira desde la distancia y girándote un poco (o en todo caso para rescatarlo en forma creativa), nunca te des la vuelta a mirarlo de frente... acuérdate de la mujer de Lot.

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