24 de abril de 2012

Blogueguería 66: Un 5 en Historia

Un día, a la memoria se le antoja rescatar a un personaje que puntualmente formó parte de tu historia. No tienes ni idea de por qué sucede eso, pero aquella profesora tuya, a la que no solo le tenías manía, sino que despertó tu odio en un momento dado, una tarde, mientras pones una lavadora de sábanas azul celeste con un par de pijamas y camisetas varias de similar color, aparece con total nitidez en tu pensamiento: su sarcástica sonrisa con la que parecía decirnos que no llegaríamos ni a aprendices de peluquería o porteros de discoteca, su mirada de desprecio, su pelo cardado e inamovible, y aquellas manos inmaculadas, de dedos afilados con una sortija en el anular derecho, posiblemente capricho suyo, siempre dudé que nadie le regalase nada, menos aún una sortija de compromiso.

Y de repente sucede, llevabas meses, años, sin verla, cosa inexplicable en esta urbe que dibuja un mapa de pueblo, y cuyas calles seguro que recorremos a diario pero con distintos horarios, lo que nos hace inexistentes para algunos, o desaparecidos repentinamente para otros. Pero basta que tu cabeza la pensó para que, de alguna manera, se manifieste. Sucede a veces, eso de que pensar se convierta en invocar, porque aparece un e-mail inesperado, o te topas a la salida de Mercadona. Algo así ha sucedido. Caminaba acompañada del que creo que será su sobrino (le invento la vida, que por algo invento vidas en algunos ratos), puede ser también  su hermano pequeño, aunque los hermanos pequeños también envejecen. Ella continúa soltera, lo será de por vida, nadie conseguirá jamás traspasar el muro de su mirada, ni ir más allá de su boca, sellada por unos labios finos, inapetentes y poco apetecibles, dibujados  en sentido descendente en una cara redonda inexpresiva, de la que dudo que haya tenido nunca una sonrisa amable para alguien, menos aún para un hombre. Ambos sostenían del bracete a una anciana muy anciana, muy pequeña, más bien muy encogida, como la vida cuando llega a su fin. Me aventuro a decir que es su madre. Ella no me ha parecido mucho más anciana de lo que siempre me pareció. Hay seres humanos que parecen viejos siempre. Caminaban lentos y sin hablar, mirando al frente, salvo cuando había que sortear un bordillo. Los tres eran una escena triste.

El curso 87/88 fue difícil, lo fue el año 87 entero, lo fue también el año 88. Retomé COU tras tres años de parón. Cuando la trayectoria que parece seguir una vida por inercia se rompe inesperadamente, acontece eso que se llama trauma. En medio de un trauma, la remontada fue titánica. El sobresfuerzo en francés me obligó a dejar la Historia para septiembre, que era la asignatura que impartía aquella mujer que no  era santa de mi devoción, y también arrestré el Latín. Aquel verano, el del 88, lo pasé traduciendo a Virgilio. A finales de agosto moriría mi hermano.

En la primera semana de septiembre, me presenté a la recuperación de Historia, a la que le había dedicado un par de intentos unos días antes, en medio de un duelo insoportable. Aquella mujer fue poniéndonos los exámenes, uno a uno, encima de cada mesa. Después se dirigió a la suya y se sentó a observar. No llevaba ni un par de minutos escribiendo (inventando más bien) cuando presentí que se aproximaba hacia mí y se detenía frente a mi mesa. Me preguntó si había estado enferma, con idéntico gesto impertérrito con el que explicada su temario. Me pilló por sorpresa, y nerviosa le dije que no, añadió algo sobre mi delgadez, entonces no pude evitar que se me llenasen de agua los ojos, y creo que balbuceé algo como uno de mis hermanos murió hace unos días. Entonces se dio media vuelta y volvió a sentarse en su sillón.   

La nota de mi examen fue un 5. Nunca se lo agradecí, creo que ella jamás hubiese permitido que lo hiciera.

3 comentarios:

  1. Con esta entrada pagaste la deuda de honor que habías olvidado. Muy linda entrada, me dejó un sabor agridulce. Gracias

    ResponderEliminar
  2. Brutal.
    No envejeces, querida, sigues haciendo buen vino con las uvas de tus palabras y de tus largas frases y tremendas descripciones. El final es inmenso, la escena de las tres calaveras andantes es todo un alarde de técnica y el conjunto del relato es magnífico. Coño, que muy bien, que me ha encantado.
    Y mira sí, de vuelta, los paréntesis es lo que tienen, que se cierran.

    ResponderEliminar
  3. Gracias a ti, Marta. Sí, supongo que hay muchas maneras de saldar cuentas, la escritura, entre otras muchas cosas, es una de ellas.

    Julius, qué decirte... solo que bienvenido tantas veces como se te antoje aparecer. Abrazos.

    ResponderEliminar