12 de junio de 2012

Blogueguería 84: Contar o no contar

He decidido que escribiré a diario. Aunque tenga poco que contar, contaré lo poco que haya que contar.  Quien escribe siempre tiene algo que contar, aunque no lo escriba, aunque escriba y no lo cuente. Hace meses que tendría mucho que contar, pero ni lo cuento ni lo escribo... Tal vez un día salga en forma de ficción, y lo cuente, o tal vez nunca lo cuente aunque lo escriba. Seguramente no lo contaré, y más seguramente aún, nunca lo escribiré... aunque nunca se sabe.

El caso es que a veces me gustaría contarlo todo, sin prejuicios, con los consabidos daños colaterales, como la Pantoja: Hoy quiero confesar... Aunque creo que soy de las que se llevará más de un secreto a la tumba, propios y ajenos, y eso me gusta, es como un reto y los retos que implican fidelidad hacia  uno mismo me gustan... Aunque puede que algún día me traicione a mí misma y me sorprenda actuando como nunca creí que haría, pero lo dudo, a nadie le debo tanta fidelidad como a  mí misma. Me soy fiel, tanto que a veces me causo infelicidad por ello, aunque luego me alegre. No llego a ser feliz, pero disfruto de muchos momentos que se le parecen...

No sé, pienso ahora en momentos felices... Si estuviesemos debatiendo en Facebook, Javier Ancín diría ahora que la felicidad está sobrevalorarda, yo le clickearía un "me gusta", pondría una risa, un jajaja,  y me sentiría aliviada por no tener la obligación pensar en esos momentos felices. El caso es que creo que fui una niña feliz, sí, sin el creo, lo afirmo, fui una niña feliz, tenía todo lo necesario para serlo, entonces no lo sabía, pero ahora lo sé. Fui una adolescente feliz, hasta los 15 años fui feliz. Pienso en todos aquellos años con una agradable sensación en mi cerebro, como si estuviese bajo los efectos de la adormidera. Las imágenes fluyen en una nebulosa cada vez más densa, como esa niebla que empieza a cerrarse al caer la noche de un frío diciembre y no deja ver el final de la calle. Me asusta sentir que se evaporan los recuerdos que tanto amo. Otras, sin embargo, aparecen con una escalofriante nitidez, y también me asusta de algún modo, porque parece que todo pasó ayer... mi hermana, mi madre, mi hermano con los brazos en cruz dando pedales como un loco sobre la bicicleta... "¡Que te vas a romper los dientes, imbécil!", pero no se los rompió nunca...

El estado de felicidad es inconsciente en el momento en el que se está produciendo, estoy por afirmar, creo que se revela después como tal... "Ah, mira, en tal momento me sentí feliz...", como si cayésemos en la cuenta a felicidad pasada. O no, post el de hoy lleno de contradicciones, porque ahora se me ocurre que alguna vez hemos vivido algo que hemos deseado que no terminase nunca porque hacía inmensamente feliz ese instante, ese momento, ese lugar que también se impregna de felicidad. Hemos deseado que se detuvise todo ahí, quedarnos, permanecer eternamente, y no hablo precisamente de un beso y sus mariposas en el estómago, o del abrazo de ningún cuerpo, aunque el impulso sexual y la satisfacción del deseo carnal también tiene un poco de eso que llamamos felicidad, o de sucedáneo de chocolate... Pero me refiero a esa felicidad más simple, sin tanta pulsión ni necesidad de fuertes emociones de por medio,  simplemente de un momento de paz, como el de esa sublime taza y pastas de té de La elegancia del erizo, como el inesperado abrazo de algún amigo, como la frase en un libro que te devuelve la tranquilidad... No sé,  cada cual habrá vivido los suyos.

Por hoy ya he contado... Bien.

3 comentarios:

  1. Las emociones fuertes sí que están sobrevaloradas... ;-)

    ResponderEliminar
  2. Creo que sí reconocemos la felicidad en el momento que sucede. Cuando la creemos reconocer pasado el tiempo creo que quizá lo que reconocemos es nuestra infelicidad actual.

    ResponderEliminar