13 de junio de 2012

Blogueguería 85: La muerte y la niña

La mascota apareció tiesa como la mojama dentro de su jaula... Tan bonita aquella jaula, tan limpita que se la teníamos... Una jaula toda para ella, y va y se muere.

Sabiendo que aquello sería traumático para las niñas, él se acercó a la madre y le susurró al oído: "Está muerta. La cogeré sin que ellas me vean y la arrojaré al contenedor de la basura. Diremos que se ha escapado y se ha ido al campo". Pero la más pequeña, cuyo oído se asemejaba al de un zorro, escuchó con la misma nitidez que si el susurro hubiese sido para su oreja. Entonces se incorporó con toda la rapidez como sus piernas cortas y sus brazos igualmente cortos, desequilibrados aún por un exceso de peso de su cabeza, fueron capaces de genererar. Apoyándose con sus dos diminutas manitas sobre el suelo, poniendo su culo casi recién desprovisto de su pañal en pompa, consiguiendo izar el tromco hasta la posición erguida, y abandonando, desparramado por el suelo, lo que hasta ese momento había captado su atención, corrió hacia a la jaula.

Se detuvo frente a ella, miró con atención, y lanzó su grito con su lengua de trapo y sus palabras a medio hacer: ¡No, no está merta! Yoli, no llores, que no z'ha merto.

Y se presentó en la estancia, donde su hermanita mayor ya lloraba al animal y los padres le daban un inútil consuelo. El animal pendía de sus dos orejas, que ella empuñaba con fuerza. Entonces lo zarandeó, esperando que agitase sus patas, como hacía siempre para zafarse de ella cuando lo cogía para achucharlo contra su pecho como si fuese su peluche favorito. Lo hizo varias veces, y cada una de ellas se encaraba con él con gesto de desconcierto. Y volvió a gritar: ¡No está merta porque tene los ojos abertos, mira! Quiso convencerse, señalando los ojos opacos  de par en par. Y volvió a agitarla varias veces.

Entonces, consternada y sin dejar de agitarla, casi al borde del llanto, dijo con un hilito de voz: ¡Mévete, ¿por qué no te meves?!

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