6 de diciembre de 2012

Blogueguería 112: La costilla de Adán







 "Entonces Dios el Señor hizo caer al hombre en un sueño profundo y, mientras dormía, le sacó una de las costillas y le cerró otra vez la carne". 
El Génesis
 

Entonces el hombre leyó aquello y lo tomó al pie de la letra. Siglos tras siglos, las religiones, las monoteistas en mayor grado, nos han despojado de identidad y nos han convertido en las chachas del varón. Los más románticos lo interpretan como "carne de su carne", la unión de esta en una sola, un lazo indivisible e irrompible, lo ineludible del origen: ser dos en uno. Pero la realidad es que la religión, marcadamente patriarcal (véase la cristiana: papas, cardenales, obispos, sacerdotes), con esto asignó a la mujer el papel de sirvienta en lugar de compañera. Una concepción contra la que hay que luchar nada más llegar a este mundo, un constante demostrar nuestra valía e igualdad al margen de nuestro sexo, la conquista de una libertad manipulada por convencionalismos y mentalidad retrógrada.
 
Y no, miren, ese papel asignado ya no cuela. Lo que queremos ser lo decidimos nosotras.

La realidad de la sociedad actual y del ser humano  como tal es que no quieren ser dos en uno, quieren ser cada uno, libres, independientes, cada uno por su lado. Ser en un momento determinado UNO, funcionar como UNO, es un acuerdo de dos que conlleva renuncias al 50%. Pero no nos engañemos, en toda relación de pareja siempre hay uno que pone más, y a veces no es una decisión personal, sino una imposición que se da por sentado. Había una canción de Victor Manuel que decía algo así: Quién puso más, los dos se echan en cara, quién puso más, que incline la balanza... Sucede casi siempre: para que uno pueda seguir siendo quien es, el otro se repliega a unas condiciones de convivencia que terminan asfixiándolo. Muy grande tiene que ser ese amor que todo lo puede para no despertarse un día y darse cuenta de que no es esa la vida que uno quería. Las hay que el papel asumido les reconforta, no piden más, consideran que el éxito o la felicidad de él ya es su propio éxito y su felicidad. Me viene ahora a la cabeza el discurso de Vargas Llosa cuando recibió el Premio Nobel, esos minutos dedicados a su muje: Gracias por hacer y deshacer maletas..., creo que dijo. Pero hay mujeres a las la felicidad del otro, ni su agradecimiento público en un discurso, no llena el vacío que deja la ausencia de vida propia, no derivada de la de la pareja, de los hijos...

He sabido, ayer lo supe, de un caso cercano de costilla de Adán; una mujer que abandonó sus estudios por el amor de un hombre. Se casaron, tuvieron dos hijos, el negocio de él fue creciendo, también sus relaciones sociales derivado de aquello (el de ella era limpiar la casa y los moquitos a sus hijos, eso que muchos ven también con tanto romanticismo y entrega, pero, creánme, no hay abnegación más corrosiva que dejarte la juventud entre el polvo de los muebles, las toses de los niños y las conversaciones huecas de las madres de otros niños en las puertas de un colegio. Viví, durante un año de excedencia maternal, esa situación y su capacidad destructiva es insospechable). Cuando los hijos crecieron, ella se dio cuenta de que necesitaba llenar las horas. A veces el espejo nos devuelve nuestra imagen como un bofetón. Joven aún, decidió retomar sus estudios, cosa que él no impidió, pero no aceptó de buen grado (obstáculos que encuentra una mujer que decide tomar las riendas de su vida personal cuando cree haber cumplido con una etapa de su vida: caras raras, convertirse en sospechosa, dudas, celos). Tras varios años, consiguió una licenciatura, cosa que él empezó a considerar como una amenaza (tipos inseguros, que necesitan sentirse por encima siempre). Ella no se quedó ahí, siguió luchando por su vida propia, y llegó el día en el que encontró un trabajo. A partir de ahí empezó el principio del fin de su relación de pareja.
 
Casualmente, ayer, también leía un bonito ejercicio de escritura de una alumna del TAyer de escritura. En él se exponía, con una sensibilidad exquisita, la reconquista de una vida olvidada, de ilusiones, de inquietudes, de nuevas cosas que nos llenan y nos hacen sonreir, cansadas de esa vida que se ha vuelto gris y anodina, tal vez también porque nos dejamos llevar por esos primeros sentimientos que parecen colmarlo todo. La renuncia es el gran error de la vida de las parejas. Nunca se deben abandonar las ilusiones, ni los deseos de crecer, hay que reservar una parte de nuestro tiempo en común que nos sirva de respiradero, de luz hacia donde se encaminan ansiosas las plantas, apuntando con sus verdes hojas y su tallo erecto, ese espacio vital en donde sigamos siendo nosotras.

Curiosamente, este fenómeno se da en muchas relaciones de pareja, en mayor o menor grado. La abnegación, la renuncia a la vida propia es un precio demasiado alto, si tenemos en cuenta que no hay más vida que una. Seamos carne de la carne, pero no dejemos de tener nuestro propio respiradero.
 

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