14 de diciembre de 2012

Blogueguería114: Luces

Las primeras luces que iluminaban diciembre eran las de las hogueras de santa Lucía. En cada calle, el 13 de diciembre, se amontonaban haces de tomillo, se prendían, y las enormes columnas de humo ascendían sobre los tejados e impregnaban del característico olor todo el pueblo. Cuando regresaba de Ciudad Real, al salir de clase, en el autobús de las siete de la tarde, desde lejos podía apreciarse el hongo que se formaba sobre los tejados, una nebulosa que se desvanecía a medida que las hogueras se convertían en llamas vivas y se reducían a cenizas.
 
Las breves tardes de diciembre dejaban caer la noche y la niebla, siempre tan fría, a veces tan espesa que mojaba como si lloviera, aferrada al suelo, expandiéndose como un gas inoloro, inocuo, aunque el aire penetrase húmedo en nuestros pulmones al respirar.
 
No recuerdo luces navideñas en la plaza del pueblo, solo recuerdo los destellos de las bolas que adornaban el árbol, por entonces de un frágil cristal, y la vivacidad de los colores de los espumillones. Mi padre solía traer una rama pequeña de pino, cuando no estaba prohibido podar un pino en el campo. También traía musgo del tronco de los olivos, que extraía cuidadosamente para conseguir un tamaño aceptable. Mi madre, con todo aquello y las figuritas que siempre guardaba en una caja de zapatos, montaba el Belén. Se le daba bien recrear paisajes. La idea que durante años estuvo en mi cabeza, sobre el escenario en donde pudo haber nacido el Hijo de Dios, se la debo a aquel paisaje nevado de harina, por donde cruzaba un río de papel plateado (papel que reutilizaba de las envolturas del chocolate, cuando aún no se conocía en mi casa el papel de aluminio).

Aquella costumbre de poner el árbol y el Belén la abandonó durante años, y nadie tomamos el relevo.
También dejaron de hacerse hogueras en todas las calles. Se perdió esa costumbre de reunión de vecinos en las puertas en torno a una hoguera, para convertirla en otro tipo de fiesta. Las luces de diciembre fueron desvaneciéndose, como ese espíritu heredado por tradición: la reunión de la familia, la alegría de las fechas, los buenos deseos para el año nuevo...



Diciembre se llena de luces en la gran ciudad, también en las pequeñas ciudades: calles, plazas, escaparates, áticos... Luces que parecen invitarnos a la algarabia, a pasear entre ellas, a salir a la calle a pesar del frío. Pero algo pasa en este diciembre, algo además de su nostalgia, de ilusiones que ya no son de niños que han crecido, de acusados vacíos e irreparables pérdidas. Algo se respira además del frío por sus calles casi desiertas, en el trasiego ajeno a reclamos de escaparates, en el carrusel de la plaza que no deja de dar vueltas con tan solo un niño o dos, en la música que nadie se para a escuchar del violinista y su cajita de tristes monedas de cobre en la puerta de Massimo Dutti. Algo que hace que a pesar de las rutilantes luces, en este especial diciembre, nadie parezca esperar con ilusión el nuevo año que está en puertas.


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