24 de enero de 2013

Blogueguería 130: Esos ancianitos

Pensaba hace un momento en sor María, si la Justicia Divina le ha reservado algún infierno, ya que la Justicia humana no ha podido obrar, según sus leyes, por los despreciables crímenes cometidos: el hurto de un hijo a la madre que acababa de parirlo para venderlo a caprichosos estériles y acomodados a cambio de dinero y tratos de favor. Pero a veces sucede que hasta la muerte es indulgente con ellos, con esos ancianitos frágiles que esconden el ser humano sin escrúpulos que fueron siempre.

He conocido a alguno de ellos. Al principio cuesta reconocerlos por su fragilidad, incluso, en un alarde de mimetismo que les hace pasar inadvertidos cual insectos palo entre las ramas secas, presentan un rostro amable, apacible, como reflejo de una vida serena.

El viejo del piso de abajo es uno de esos ancianitos indeseables; solo sabe decirle a su mujer que no sabe nada y que es una inútil. Ella solo se defiende con un "calla, calla...", o recriminándole su mal genio, a lo que él arremete con un “¡qué calla, calla, ni qué hostias!”.
Este verano tuvieron a sus nietos en casa un par de semanas. Las ventanas abiertas son un coladero de intimidades ajenas. A través de ella me enteré, sin pretenderlo, de que su hijo está separado y vive en Bilbao, y en su mes de vacicones, quince de esos días los trae con los abuelos para irse unos días con su nueva novia. De esto último no me enteré por la ventana abierta, me lo dijo la anciana el primer día que subió a pedirme que no hiciesen ruido las niñas, que ella padecía del corazón y los ruidos extraños le producían sobresalto. Que habían vivido en Bilbao durante cuarenta allos, y allí un sonido fuerte puede ser otra cosa. Supongo que se refería a una detonación: un coche saltando por los aires... Después de contarme todas sus patololgías y las pastillas que se tomaba al día, con el habla jadeante de la insuficiencia cardiaca, le dije que haría lo posible, pero que eran dos niñas y en casa no se practicaba la disciplina militar. Quedamos como buenas vecinas en ese primer desencuentro civizado. A día de hoy, ya  hemos tenido otro par de desencuentros civilizados por el mismo asunto, el jaleo que dan las niñas y sus amiguitas cuando vienen a casa. Hubo un tercero con el ancianito impresentable que no fue tan civilizado, pero nos decimos hola por los pasillos y nos saludamos por la ventana cuando coincidimos en el tendedero. Él me mira con peor cara, con la suya de mala hostia.

 
Los dos nietos son algo más pequeños que mis hijas. Se les oye hablar, vivarachos, también por la ventana abierta del patio. Allí ponen una mesa bajo un toldo y hacen vida en el verano. Sus voces resuenan por todas las ventanas abiertas. Les tengo lástima al par de dos; los trata como si en lugar de veranear unos días con los abuelos, estuviesen, ellos sí, en un campo de instrucción, y no sabe más que quejarse a Loli, así se llama la santa que lo soporta, de lo mal educados que están. Una noche, tras la cena, él sentenció: “Voy a ver el partido y no quiero ni un ruido. A quien no le interese, que se vaya a la cama”, y oí replicar a uno de ellos, con voz cantarina: “A mí me encanta”… Reí para mis adentros, y aplaudí esa determinación del niño a no hacer lo que a los santos huevos del abuelo les viniese en gana. “A mí me encanta”, que venía a ser lo mismo que “no pienso dejarte el sofá y la tele para ti solo, y no me pienso ir a dormir cuando tú me lo ordenes”.

 
No soporto esa humillación constante, ni esa prepotencia de macho con la que cohibe todo lo que ella pretende. A veces me dan ganas de asomar la nariz por la ventana y gritar fuerte cuando la llama inútil: ¡Y tú un hijo de puta! Lejos de hacer de justiciera, sigo a lo mío, en la cocina, picando menudito unos dientes de ajos para la fideuà, no sin dejar de pensar a cuánto malnacido ampara la palabra anciano, como si todos fuesen afables, sabios, frágiles e inocentes.

 

1 comentario:

  1. Si algo no tiene discusión, es que el tiempo pasa para todos, buenos y malos, incluidos los grandes cabronazos- zas de este nuestro mundo. Todos no haremos viejos o ancianos, la diferencia, unos serán eso ancianitos, esos abuelitos esos mayores y otros serán esos viejos de mierda, pero al final, todos acabaremos en el mismo sitio, bajo tierra, así que mejor que haya justicia divina, por si acaso, se escapa alguno de esos viejos de mierda... Un abrazo

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