8 de febrero de 2013

Blogueguería 133: El artista enamorado

Una biografía de Manuel López-Villaseñor, escrita por Antonio Zarco, amigo del pintor, nos desentraña poco a poco a este artista manchego olvidado.
 
Pocos saben que López-Villaseñor sufriría, a los trece meses de edad, una luxación de columna que marcaría su infancia. El actual museo Reina Sofía fue, en sus orígenes, un hospital al que él acudiría una vez al año. Refiere el propio pintor, que residió en Madrid hasta su muerte, que cada vez que paseaba por los aledaños al museo sentía escalofríos. Ignoro, ni se data, si alguna vez fue capaz de visitar como museo el escenario de un tortuoso recuerdo infantil.
 
Fue también paciente de Marañón, en el hospital de San Carlos; era llevado a un hemiciclo cubierto por una sábana, y Marañón hablaba a sus alumnos de la supuesta enfermedad que padecía el niño. Al final, recuerda tambien López-Villaseñor, se olvidaba del caso y acababa su clase con un discurso político.
 
Podría pensarse que todas estas vivencias en la capital, con insufribles viajes en tren y la experiencia de un niño de ocho años en mitad de un hemiciclo bajo la atenta mirada de alumnos de medicina y los comentarios ex cathedra del profesor, fuesen las causantes de un espíritu amargado.


 
Escuela de Bellas Artes, 1943
 
Lejos de todo eso, esa imposibilidad física a una edad tan precoz pudiera ser el germen de su imperioso deseo por aproximarse a lo físico, a la materia, la necesidad de conocer todo cuanto le rodeaba y reproducirlo con idéntica exactitud sobre el primer material que asía, ya fuese una tela de desecho de su padre sastre, un cartón o el papel del patrón de un traje.
 
Cuando estalla la Guerra Civil, Manuel López-Villaseñor tiene 12 años. Supondría para él, en palabras suyas, una mezcla extraña de horror y liberación, "un desdoblamiento extraño, en el que iba del horror al dibujo y al juego".
 
Existiría en él, como en todos los niños de postguerra, una madurez temprana, impuesta por las circunstancias, y cierto pudor y contención de las emociones, como si estuviesen prohibidas.
Pero López-Villaseñor dirige ese mundo interior de pasiones y emociones hacia el arte, la expresión de la materia y de todo cuanto le redea como fuente inagotable de belleza que lo atrapa, lo enamora, lo aproxima al objeto y, desde su profundo conocimiento, siente que tiene que reproducirlo para asirlo, inmortalizarlo.

 
Foto: Cristina García Rodero

"Y de pronto descubro que estoy rodeado de cosas muy hermosas. Encuentro un mundo inagotable".




Bibliografía y fotos: Villaseñor, por Antonio Zarco.

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