15 de febrero de 2013

Blogueguería 134: Al calor del sol de febrero

Antes de que el confort de la calefacción llegase a nuestra casa en el pueblo, a mi madre se le ocurrió la idea de sustituir la estufa de leña por una estufa de gas. Aquella decisión incomodó a mi padre, porque en casa siempre ha sobrado la leña; el atroje estaba repleto de trocos de olivo todo el año, procedentes de la poda. A día de hoy, esos troncos siguen guardándose en su lugar de siempre para la única estufa de leña que aún se conserva en casa y que coexiste armoniosamente con la calefacción.
 
La chimenea siempre tenía restos de ceniza y de leña. Las cortinas se impregnaban del olor a humo y de color grisáceo, el níveo de las paredes se volvía mate... La pretensión de ella no era otra cosa que ahorrarse aquel trabajo extra de lavar cortinas tan a menudo o blanquear paredes, cosa esto último que hacíamos entre las dos. 
 
Pronto tuvo que admitir que la inversión no había sido afortunada; la bombona de butano apenas si duraba una semana, con lo cual había que avisar con frecuencia al repartidor para que trajese una de repuesto, o cambiar la de la cocina de guisar mientras venían y no a reponer... Un engorro todo aquello. Si pretendíamos que durase algo más, como mucho diez días, la poníamos a medio gas; seleccionábamos solo dos de los estancos de los tres en las que se dividían aquellas rejillas que daban calor, y lo poníamos en la llamarada más atenuada. Su combustión, además, nos mareaba; la habitación se impregnaba de un olor pesado, dulzón, insoportable. Había que pegarse a aquella estufa para sentir su calor, un calor que no envolvía, tan solo calentaba la parte del cuerpo de frente a aquellas débiles llamaradas color butano.
 
Era febrero, mes bipolar podríamos decir: ora lluvia, ora nieve, ora cálido sol, ora escarcha, ora el deshielo sobre los primeros brotes de primavera como tímidas lágrimas de luz transparente. Deslumbrantes albedos invernales sobre riachulos que fluyen vivarachos entre desniveles del terreno y pequeños guijarros. Ora invierno cerrado. Ora el olor de la primavera.
Tal vez, también mes de altibajos en el ánimo; la exaltación, el presentimiento, el deseo de luz y de color, de calle, de calor que nos envuelva, de despojo, de aligerar los hombros en los que pesa algo más que el abrigo... Y de nuevo el frío, como con aquella estufa de butano que te dejaba la espalda helada y te obligaba a buscar una manta, o el calor del sol a través de la ventana.
 
Aprovechen este adelanto de primavera que se cuela por las ventanas. El próximo lunes vuelve la lluvia, tal vez el domingo.
 
 

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