7 de abril de 2013

Blogueguería 152: 180º

Un giro de 180º con el coche tiene que ser, cuando menos, peligroso, en más de un caso y si no eres especialista de películas de acción, mortal. No me tientan este tipo de emociones fuertes. En una ocasión tuve que hacerlo, eso de dar un volantazo de 180º, y me sacó de la carretera, volé por los aires, di tres vueltas de campana, y qué ángel de la guarda no estaría sobre mi cabeza, que salí ilesa, quedando mi coche como el acordeón de María Jesús. Por cierto, es mentira eso de que, cuando crees que la vas a palmar, toda tu vida pase por tu mente como una película, qué va, te aferras al volante y solo pides no sentir dolor (si da tiempo, también se suelta algún taco).
 
Cuando en alguna ocasión escucho eso de darle a la vida un giro de 180º, no tengo por menos que sentir vértigo, la emoción de sostenerse solo sobre los talones al borde de un precipicio. Tal vez lo hayamos hecho alguna vez, o se ha presentado la ocasión o el deseo de hacerlo. Si me paro a pensar, creo que di ese espaldarazo, tal vez inconscientemente, sin saber que aquello se trataba de ese brusco movimiento que rompe la inercia por la que nos dejamos llevar como si se tratase de ley de vida, como esas cintas transportadoras de los aeropuertos, o esas escaleras mecánicas que nos suben o nos bajan. Ese chantaje que nos hace la vida y que no es otra cosa que el acomodarse y dejarse llevar. Ahorro de gasto de energía vital. Todo giro se cobra un precio, por entonces fueron dos años con ansiolíticos y tranquilizantes, sumida en una tranquilidad inducida a la que puso fin uno de esos golpes de efecto de la vida, la muerte de un ser querido. Un bofetón que te devuelve a la realidad.
 
Me ha sobrevenido la idea del giro de la vida en la cola de la taquilla del cine, cuando tras de mí he coincidido con una vieja amiga -y es que una ya va teniendo edad de tener viejos amigos-. Una de esas amistades de adolescente, que se pierden como se escurre un fluido entre los dedos, y que cuando solo queda un hola o un golpe de cabeza al cruzarnos, una no deja de sentir cierta pesadumbre que no va más allá de ese cruce de miradas. Terminamos la EGB juntas, estudiamos el bachiller juntas, compartimos habitación en una residencia, fuimos cómplices, confidentes... Me enseñó a fumar, la libré de una buena en su primera borrachera con calimocho, haciéndola pasar por serena al entrar por la portería bajo la atenta mirada de sor Visitación. Al cabo de casi treinta años, somos dos extrañas. Ella abandonó los estudios, se casó y tuvo hijos, se separó, y tras quince años junto a un hombre, decidió que su vida estaba al lado de una mujer. Y ese fue su gran giro, su vertiginoso giro, y esa es ahora su felicidad. Y es que la vida tiene demasiados recovecos para quererla vivir en línea recta.
 
Uno nunca sabe si tan arriesgado volantazo te echará fuera de la carretera o te lanzará de bruces con esa otra vida que deseabas encontrar, aunque se cobre su precio. Sea como fuere, a tal pirueta se atreven solo los suicidas y los valientes.

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