18 de abril de 2013

Blogueguería 156: Ese animal salvaje

Noches atrás, necesité escribir tan solo esta frase:
La vida, ese animal salvaje.

Y ahí lo dejé. Sin más que añadir, sin más título a la blogueguería que el número que va tocando.
 
Y es que así se presenta, como  ese salvaje al que admiras por su belleza, del que anhelas su libertad y su instinto. ¿Y qué es la vida sino un continuo flirtear, un intercambio de miradas con ella, ese animal indómito que nos fascina, que tan pronto nos abre en canal como nos embriaga con su mansedumbre? 
 
 
 
Y es en esa mansedumbre cuando agradeces estar vivo, sentir, sentirla... ¿Qué otro sentido tiene la vida si no es el de sentirla a plena consciencia? Da igual si es dolor, admiración,  deseo, amor, asombro, desaliento... Tantas veces descarnada y tantas otras con su sosiego, su lento fluir, su dejarse vivir. A veces basta el sol a dos palmos del horizonte y su reflejo sobre el agua para que se produzca ese estímulo neuronal que va directo al córtex. Y allí se desata esa respuesta química, la liberación de endorfinas que nos provoca contemplar algo bello; un amanecer, el de todos los días pero irrepetible ante la mirada de quien quiere verlo distinto, nuevo; un solitario paseo; un abrazo a un amigo; un beso... Esas pequeñas cosas que nos regala la mansedumbre de la vida, al tiempo que explota una bomba en una línea de meta, o continúan muriendo inocentes en esas interesadas guerras...
 
Y cuando ese animal salvaje nos pone al límite, nos abocamos irremisiblemente a lo más esencial de nosotros mismos, ahondamos, a veces hasta tocar fondo, hasta toparnos con lo mejor y peor de nuestro propio animal salvaje, ese que llevamos dentro, hasta desentrañarlo y transformarlo. Llegados a ese punto, toca sacar el cuello, crecer. Esta reflexión la compartía ayer con Make, una gran mujer con una especial sensibilidad frente al mundo que la rodea, de cuya minuciosa mirada aprendo, a la que conocí en el curso de escritura de mi querido amigo Eduardo Laporte. Vaya un guiño hacia su TaYer y todo lo positivo que nos ha l'aportado, no solo en cuestión de escritura.
 
Solo esa transformación hace la vida soportable, solo nuestra actitud y nuestra capacidad para apreciar esa mansedumbre la hace, además, vivible, incluso amable, incluso me rindo ante la gran suerte de estar (y sentirme) viva.

La vida, ese bello animal salvaje.


1 comentario:

  1. Gracias Carmen, me parece un texto muy bueno y te recomiendo otra mirada contemporánea especial: la de Fernando León de Aranoa en su "Aquí yacen dragones".
    Fernando fue amigo mío de adolescencia.
    Besos e infinitas gracias por existir y por escribir.
    Make

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