2 de junio de 2013

Blogueguería 169: Paisaje de tarde


Son las seis treinta de la tarde, 2 de junio.


Dos anotaciones en un pósit:

La fuente de la plaza Mayor que preside Alfonso X El Sabio es una de esas construcciones urbanísticas más horribles que he visto nunca.
Las servilletas de papel no sirven para hacer aviones.


Esta ciudad siempre tiene la misma temperatura, sea invierno o verano. Es aquí donde vivo, en donde se mueven mis pulsiones. Entre las manos, un libro de poemas con espontáneas anotaciones. Lo voy a dejar hecho un Ecce Homo, pero es la huella personal.

Suenan las campanas de la catedral durante toda la tarde. El habitual escenario muerto de los domingos  hoy se anima con el constante trasiego de gente hacia el Prado. Grupos de jóvenes vestidos idénticos: pantalón chino en tono beige, con camisa de manga larga con un par de vueltas, azul clara. Grupos de ancianos, con su paso lento; ellas con sus desdibujados labios discretamente pintados y sus pequeños bolsos de mano; ellos con sus trajes livianos en tonos grises, alguno con un bastón. Madres jóvenes con sus mejores galas, acompañando a sus hijas vestidas de Primera Comunión que caminan como pequeñas princesas con sus vestidos impolutos.
Los pajarillos chapotean en el agua de la fuente, hasta hace unos minutos un árido desierto de mármol. Los recortes. Van y vienen, felices. Sacuden las alas, se persiguen unos a otros... Me recuerdan a los niños en un patio de colegio.
El licor hay que beberlo despacio o se sube rápido a la cabeza, pero es agradable esa pasajera sensación que te hace sentir liviana, como un soltar amarras de mente y cuerpo.
En media hora han pasado por la mesa cuatro mendigos: tres mujeres y un hombre. Ellas son mayores, estimo que más de cincuenta, pero puede que me equivoque, la pobreza roba infancias y juventudes. "Dame unos centimillos, carita de ángel...", ha dicho una. Él pide un cigarrillo, no demanda más. Lo veo alejarse, y por un momento tan solo me he preguntado cuándo habrá sido la última vez que ha sido amado por alguien, que ha besado unos labios, que ha sido acariciado.
La vida es un poema triste, tan bello como terrible.
Agito los hielos dentro del vaso de tubo, aún apuro un sorbo de agua con el ligero sabor dulzón del pacharán. Guardo el libro y el bolígrafo... Hay que cocer espinacas para la cena.





1 comentario:

  1. Todas las tardes el cielo será azul y plácido,
    y tocarán, como esta tarde están tocando,
    las campanas del campanario.

    Juan Ramón Jiménez
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