16 de junio de 2013

Blogueguería 175: Bloomsday

Me he despertado a las diez y media. (me)Detesto cuando despierto tarde, y todo lo que pase de las nueve de la mañana es tarde, pero supongo que mi cerebro ha generado mecanismos de compensación  a la escasez de sueño semanal, aunque los expertos (esos señores que opinan sobre una cuestión particular  basándose en teorías y estadísticas) dicen que nanay, que dormir pocas horas perjudica seriamente la salud y que compensar durmiendo mucho de un tirón no solo es inútil, sino igual de negativo para la salud. Estoy perdida, pues, en cualquiera de los dos casos.

Levanto la persiana y entra un chorro de luz que me ilumina los pies. Abro la ventana,  unos veinte centímetros que dejen entrar aire fresco que renueve el viciado de la noche. La ráfaga de brisa es caliente. Ya es verano. El dormitorio parece más grande sin visillos ni cortinas. La desnudez de las paredes y de las ventanas da sensación de profundidad, como un espejo que aleja interiores hasta el infinito. Por un instante, recuerdo la primera vez que entré en estas habitaciones: olor a yeso fresco, el frío del mármol subiendo por los pies y aquellas paredes convirtiendo nuestras palabras en una sonoridad hueca y lejana.

Desayuno para cuatro. Seis galletas María con Nescafé soluble con leche. Qué pereza poner café para uno solo. Cola-cao, magdalenas y galletas cookies para los demás. Paseo por la red. Omito leer prensa, hace un par de meses que ya no leo prensa, tan solo artículos relacionados con cultura y salud. Entro a Facebook, comento a amigos, que es como encontrarse por la calle y saludarse, "hola". Eduardo Laporte emulando al personaje joyciano con un original Bloomsday fotográfico. Sara Bernard recordando que hoy es Bloomsday. Pues haremos un diario del día de hoy... Resumido, que quepa en un post, algo así como folio o folio y medio. ¿Sabes lo que es resumir, Sara Bernard?

Hoy cocino unas codornices con salsa de setas. Le encantan a Elena. Hay cosas que dejan de hacerse porque sí y empiezan  a hacerse por alguien, como las codornices con setas. Las hago para todos, pero especialmente para Elena, que moja pan en su salsa hasta que su inflado y agradecido estómago no puede más. Me recreo en los cortes del pimiento y la cebolla. Soy minuciosa hasta la náusea en el trabajo y en la cocina.

Un café y un hermoso verso en sentido descendente: 

Amo
-----esos
----------ojos
--------------que
------------------en
---------------------
------------------------se
---------------------------miran
--------------------------------
--------------------------------sin
------------------------------------reconocerse

Y pienso en esos ojos, en los que pudieron inspirar ese verso a su autor (Daniel Casado, de su libro de poemas El creador del espejo), y en esos otros que yo esquivo desde hace tiempo bajando la mirada hasta el suelo, como ese poema se precipita en forma de cascada. Sé que me buscan, ignoro si intentan encontrarse y reconocerse. Esquivo los ojos de quien he heredado mis ojos, dicen, para no tener que odiarlos, y aflora una lágrima. Annus horribilis. Los alérgicos nos pasamos la primavera con los ojos vidriosos, como a punto de llorar, o como si hubiésemos llorado. Los colirios ayudan a despejar esa mirada roja, irritada, como los limpiaparabrisas de las lunas del coche. Las gafas de sol son un buen parapeto. Si madre pregunta que a qué vienen esos ojos, "La primavera, madre, la primavera". La primavera da sus últimos coletazos sin haberse dejado sentir, salvo en los ojos.

Apuro el café... La próxima vez le diré al camarero que esos hielos huecos no refrescan la bebida, la aguan nada más. Cruzo la sartén en la que se convierte la plaza Mayor cuando el sol cae a plomo, un cuadrilátero asfixiante por donde no corre el aire, a estas horas ni niños. Casi desértica, salvo en los soportales de sombra en donde los clientes de las terrazas alivian el calor de la tarde con cafés, granizados, horchatas y helados. Regreso a casa por la calle Toledo; me gusta ese tramo estrecho del pasaje de la Merced. Vivo en una zona que tiene su leyenda. Dicen que el actual museo de la Merced, la iglesia del Carmen, la catedral del Prado y el obispado, cuyas rejas de las ventanas conservan las muescas de las balas del ejército republicano en su asedio a quienes tomaron como refugio aquel edificio, formaban un laberinto de pasadizos secretos que unía entre sí  estos cuatro puntos estratégicos. Ignoro qué hay de cierto, pero  me gusta pensar que bajo este asfalto existió aquella clandestinidad, algún secreto, alguna huida...

Este 16 del 6 de 2013 entra en su última hora. El día no ha dado para mucho, pero a cada día le basta su propio afán, que dice Google que escribió  san Mateo en su Evangelio y que yo creía que se trataba de un refrán. Es un aforismo -¿se le puede llamar aforismo a un versículo?- que me repito con frecuencia, cuando ser consciente de mis limitaciones, el no ser esa super mujer que a veces me exijo: como madre, compañera, como hija, ser consuelo, alegría, estímulo... me produce cierta sensación de fracaso: A cada día le basta su afán...




2 comentarios:

  1. Carmen,
    Por tu descripción puedo visualizar la plaza Mayor de tu pueblo. Me gusta.

    ¿Despertar a las diez? Me da envidia :).

    Un abrazo.

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  2. Solo en festivos o fines de semana, Dim... Soy madrugadora de 6.15 de la mañana (por obligación, eso sí, no creo que si el trabajo no me obligase, diese el salto al día a esas horas tan inhumanas).

    Abrazos

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