como si fuesen enormes vaginas por donde ser parida de nuevo a la vida.
Y gatos que duermen,
a los que ya no alteran los pasos de una turista boba que avanza sigilosa para captar su instante plácido.
Y esas manifestaciones de que el hombre es pura contradicción (y un poco estúpido),
de las que va dejando muestras por doquier.
A mariposas que ignoran lo efímero de su existencia
y lo hermoso de su grácil aleteo.
Y una a la que le voy tomando gusto,
avivar el gesto inalterable de una escultura.
Y aves surcando el cielo
y perros que juguetean con el mar.
Y amaneceres y atardeceres,
y esas gotas trémulas, tras la lluvia que siempre parece rehacer el mundo con olor a nuevo, acuosos diamantes que rutilan entre el verdor.
Y alguna curiosa costumbre, ese llegar a tiempo
para captar el escenario, e imaginar a un señor entrado en años, sentado cada día a la sombra de su árbol (ya puso su cuidado en que el viento no se llevase las hojas en su ausencia. Ignora que una intrusa robaba la intimidad de su rincón).
Y señoras con tacón de aguja y melena de peluquería de sábado que pasean a sus perros en una triste mañana de domingo, y las siluetas de las gaviotas reflejadas en el mar, y jóvenes peregrinos durmiendo su cansancio en un banco, y el mar así y asá, y la bruma sobre las montañas y los tejados de pizarra...
Y la irrenunciable de interior:
mi propio reflejo en el espejo de toda habitación de hotel, fiel reencuentro con esa desconocida...
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