24 de octubre de 2013

Nada está perdido...

Ayer por la tarde, en nuestro punto de Atención Continuada, situado entre los montes de Toledo, uno de esos puntos geográficos que no aparecen en los mapas, por allá no se pasa camino de ningún lugar, allí se va expresamente, a algo o a nada, se nace y se emigra, o se vive y se muere para siempre... Decía, a eso de las 16.30 de la tarde, se recibió un aviso del 112, de un accidente de tráfico en una comarcal, con un hombre atrapado.

Ahorro detalles del dantesco espectáculo cuando los equipos de urgencias logramos llegar a ese punto perdido, casi inaccesible por la depresión del terreno y la posición del camión siniestrado. El atrapado, su conductor. 

Este post pretende dejar constancia de que, a pesar de lo mucho que nos intentan desacreditar por parte de nuestros políticos (Echániz ha manifestado aberraciones del personal sanitario y demás funcionarios, como cuerpos de salvamento), jamás a este país lo salvarán los políticos, lejos de eso, ellos siempre salvarán su culo, ese que aplastan en un sillón de cuero frente a una mesa de madera brillante con  carteras que tan sólo contienen papeles. Nos vendarán al mejor postor si es necesario. Nos abandonarán a nuestra suerte, lavándose las manos como Pilatos, y no tendrán el más mínimo atisbo de culpa por haber sumido a este país en la pobreza anímica, cultura, moral..., por haberlo desacreditado internacionalmente con su corrupción y la ineficacia de la Justicia con los responsables de tal escarnio sobre la ciudadanía. En medio de la indefensión y el desamparo de los más débiles, continúan impunes con su obsesivo objetivo de desmantelar los dos pilares básicos de nuestra sociedad: Cultura (en donde incluyo Educación) y Sanidad.

A este país lo salva su gente, la entrega en lo que uno hace, el saber hacer y hacerlo bien, con eficacia, con coordinación, incluso arriesgando la propia vida para salvar la de un ajeno del que no conoces ni su nombre.

Va este post también como aplauso, merecido aplauso a un héroe... Sí, nosotros también tenemos héroes, pero no hacemos películas como los americanos. Los nuestros son anónimos y humildes. Un sanitario logró colarse por lo que era un agujero como de una madriguera, único punto por donde se podía llegar a aquel hombre aprisionado. Dentro de aquel reducido espacio, iba demandando material que los demás le proporcionábamos por aquel coladero. No sólo actuaba según requería su trabajo, hablaba y animaba constantemente a aquel desconocido, cuya vida dependía de los minutos que pasara ahí aprisionado. Luego llegó otro equipo de emergencias, nuestros chicos (y chicas, una médico pequeña pero enorme, asertiva en sus decisiones) de emergencias, con ese aire de seguridad, casi prepotencia, pero a ellos se les perdona todo, porque ese aire de seguridad infunde seguridad al resto. Después dos equipos de bomberos, de las dos provincias limítrofes. Hubo un preciso instante en el que había una bella imagen: unas catorce personas que no se conocían de nada, personal sanitario, bomberos y policía de tráfico, que actuaban al unísono, como si fuesen uno, con una coordinación eficaz, una precisión milimétrica de cada movimiento... Nuestro héroe, aún con riesgo de corrimiento del vehículo y de ser arrastrado al vacío, seguía dentro, como único soporte vital básico del atrapado hasta hacerlo accesible, como único acompañante en esa desesperante espera.

Cuando todo acabó, cuando ese hombre hubo sido rescatado, estabilizado y volaba ya en helicóptero, cuando ya solo queda recoger el material desperdigado por el suelo, sobreviene esa imagen de campo de batalla y la flojera se apodera de los hombros y las piernas. La tensión queda liberada y te sientes de plastilina... Ya en el coche, de vuelta al centro, me acordaba de las palabras de Jose Ignacio Echániz, de los repetidos agravios a los sanitarios de esta comunidad... Pues sí, los sanitarios de urgencias a veces duermen en las guardias, merecido descanso el de los hombres y mujeres de ayer, pero otras muchas se dejan la piel, en el sentido literal de la palabra, mientras el político de turno aplasta su culo en el sillón de su despacho, y no entiende, ni entenderá nunca, la diferencia entre un trabajo de oficina y el trabajo de atender a un ser humano desde un simple catarro o una toma de tensión arterial a estas otras tragedias, puntuales (menos mal), pero que exigen necesariamente de tal despliegue humano y material. 

Tampoco entenderá la diferencia entre un trabajo como el suyo, la palabrería, ganar votos, y esos otros en los que uno no pone en el asador sólo sus conocimientos y su manejo de tal o cual aparato, pone todo: su aliento, su esperanza, su ánimo, su presencia, y como nuestro héroe de ayer, su vida... A las vidas no se las salva tras una pantalla de plasma. Los funcionarios del Estado son muchos de los que ayer estaban ahí, y ninguno era prescindible, todos en mayor o menor medida formaron parte de una cadena inquebrantable cuyo mecanismo de trabajo y coordinación, como una legión de hormigas, consiguió cumplir el objetivo. Pero lo que allí se respiraba, además de una actuación impecable, era solidaridad, una estrecha solidaridad que unía a todos esos profesionales, literalmente hombro con hombro, en un único objetivo.

Lo hemos visto en esas grandes tragedias, que constatan lo que ayer les comentaba a dos buenos amigos tras este suceso: de los políticos sólo podemos esperar maná del cielo, es decir, NADA. Cuando nos encontramos al límite de una situación, es cuando me doy cuenta de que la salvación está en el ser humano y en su capacidad de resistencia y de entrega.

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