15 de noviembre de 2013

Mujeres I

Verás madre, es que me gusta mirarte, desde siempre. Te miro desde el silencio, el tuyo y el mío, como una espectadora en mi butaca de cine, desde la abstracción y cierta perspectiva, como fuera de escena. Te miro como si fueses la única actriz sobre el escenario, en tu personal y acallada tragedia, en un desgarrador Cinco horas con Mario. Me sitúo al calor de la estufa, en el ángulo resguardado de la luz de la ventana, entre cierta penumbra acogedora y necesaria y la tímida luz de la tarde que resplandece sobre mis cabellos y perfila tu cuerpo cansado, en ese íntimo hueco que se crea en torno al fuego y que siempre me recuerda a tu regazo.

He aprendido a conocerte, eso de lo que siempre nos olvidamos los hijos para con los padres: conocerlos. Conocerse es sentirse.Te conozco porque te siento, porque a veces soy el aire que entra en tus pulmones en uno de tus suspiros, y ahí, desde dentro, te recorro. Soy tus piernas doloridas y tus huesos carcomidos. Soy muchas de tus canas. Soy tu dolor de madre. A veces quiero ser tu fuerza y tu coraje. Soy tus ojos rojos, a veces quisiera ser tu apretón de manos que hacía crujir las nuestras hasta hacernos llorar. A veces quiero ser tus brazos fuertes con los que poder abarcarte, mas soy tan solo tu bastón olvidado sobre el brocal del pozo.


Te pienso en tu niñez, aquella que estaba obligada a pasar deprisa para ser mujeres antes de tiempo. Te imagino pretendida por aquellos jóvenes de los que no sabías nada, y a los que tenías que dar un sí o un no sin haber sentido el roce de sus manos, sin apenas conocer el tono de su voz cuando estaban felices o enfadados. Qué mala suerte, madre, echar el amor a cara o cruz, como una moneda al aire. Nunca sabrás si hubieses sido más feliz si hubiese existido la opción de conocer, de besar, de pasear, de hablar, de reír, de llorar, de enfadarse, de reconciliarse... y la libertad de renunciar a tiempo si no lo sentías realmente compañero, pero aquello era deshonra, un hombre era para siempre. Te sé asustada ante el amor, paralizada frente al sexo por el recato y el pudor, negándote al deseo y a la entrega bajo la amenaza del padre, por aquello de guardar la honra... Creíste haber elegido bien, después de todo. Otras no tuvieron tanta suerte, has pensado siempre... Y, a pesar de tu buena suerte, siempre quisiste para tus hijos mucha mejor suerte. A cada uno le corrió su suerte, la que a veces es ineludible, como tu suerte.

Ha pasado tanto tiempo, toda una vida, madre, que dibuja la mueca de tus labios y presiento entre mi carne. Sigo contemplándote desde nuestro eterno rincón; tú, perfilada por la luz; yo, a la sombra de mi sombra.


2 comentarios:

  1. Y yo últimamente pensando que tengo que decirle gracias a mi madre, por todo, claro. Y tu penúltimo párrafo me deja el regusto amargo de toda verdad, pero los anteriores me endulzan la pretensión de reconocerle que lo hizo lo mejor que pudo, y lo hizo muy bien.

    Paseo poco, pero cuando paseo, es un gusto sentarse en tu banco y retomar lectura.

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  2. Gracias, Julius, un placer saberte por aquí.

    Un fuerte abrazo.

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