15 de enero de 2014

La última voluntad

Han cumplido mi última voluntad, que desde hacía tiempo había dejado por escrito ante la fatídica posibilidad de morir en algún accidente de tráfico, total, me paso media vida en las carreteras y hay tanto conductor ensimismado, empezando por mí. Pero quién iba a dar que la muerte me sobrevendría de esta manera tan tonta... Dejé el expreso deseo de que se esparciesen mis cenizas en cada uno de los ríos que atraviesan las maravillosas ciudades que visité en vida: sobre el Guadiana a su paso por Mérida, desde su puente romano. Allí vertieron unos gramitos de mi polvo. Luego lo harían desde el Vasco de Gama, sobre el Tajo lisboeta. Después en el Guadalquivir, desde el puente de Triana. Otro poco de mí ha ido a parar al Tormes, también desde su puente romano de Salamanca (me fascinaban los puentes romanos). Luego tuvieron que viajar a París, a esparcir otro poco por el Sena. Aquí señalé que se hiciese expresamente desde Le Pont Notre Dame, sobre el que un anciano parisino se aproximó hacia mí y besó mi mano. Me preguntó que de dónde era, y desde mi asombro provinciano, le farfullé, en un ridículo idioma que quería asemejarse al francés, que era española. Entonces volvió a besar mi mano y comenzó a hablar y a hacer aspavientos con los brazos. De cuanto me dijo, sólo entendí Picasso, Dalí y duquesa de Alba. Se despidió, más bien me despedí alegando que je sui san retar, pardonnemua, mesié, y volvió a besarme la mano por tercera vez. Hubiese sido mucho pedir que esas pocas cenizas de mí hubiesen saltado a lo más abisal del Sena desde Mirabeau, por el que se arrojó definitivamente a su abismo Paul Celan una noche de primavera, Juan seguro que pensaría que hasta muerta no dejaba de fastidiar con mis desvarios literarios... Que vertiese un poco de mis cenizas en cada uno de los ríos de las ciudades que visitamos juntos podía gustarle, como un último gesto de amor o agradecimiento por la vida compartida, pero lo otro, eso seguro que le ponía de mal humor. No quería ser fastidiosa hasta después de muerta. Por último, el culo de esa ánfora terminó por vaciarse desde el puente de Rialto, sobre el canal de Venecia... Ah, laberíntica Venecia de paredes desconchadas, fachadas muertas y ventanas sin habitaciones al otro lado. La decadencia es hermosa.

Sabía que esa estantería situada sobre la bañera era un peligro; tenía que ponerme de puntillas para alcanzar el champú... Lo que me desagrada es lo impúdico del asunto, allí, desnucada sobre la bañera como mi madre me trajo al mundo hasta que llegó el forense tres horas después... Tenía cita para la depilación con láser tres días después. No puede una morir decentemente... Seguro que quedé con los ojos abiertos y desorbitados, como todos los desnucados... Arggg, menuda imagen para ser la última, yo que siempre he cuidado hasta el mínimo detalle. Y estaba clarísimo que fue un accidente, no sé a cuento de qué tenía que venir el forense para que terminase de dejarme hecha un cuadro... En fin, yo mejor que nadie sé que es el procedimiento a seguir en estos casos, pero una nunca espera ser ella el caso. Menos mal que nadie ha puesto en duda la inocencia de Juan, que no se trata de un asesinato ni ningún caso de violencia de género. Juan y yo teníamos nuestras discusiones, pero nunca llegábamos a esas broncas que se escuchan en los patios interiores o en los pasillos. Creo que, cada uno a su manera, nos hemos querido. Además, Juan no es capaz de hacer daño ni a una mosca, puede matarte de soledad, pero detesta la violencia. 

Nuestros amigos más íntimos estuvieron en mi despedida (no puedo llamarlo entierro, ahora soy limo sobre el fondo de los ríos)... Qué bien por Juan, no me hubiese gustado verlo tan abatido y solo. Me sorprendieron algunas caras, algún que otro allá, al fondo del salón, entre las sombras de lo que pudo haber sido. Mi amiga Gema lloraba a moco tendido... Oh, Gema, ¡qué llorona fuiste siempre, joder! En fin, estas cosas suceden cuando menos te lo esperas, y me hubiese gustado haberle dicho a Juan unas cuantas cosas, pero ya no vienen al caso, como todo lo que acaba inesperadamente, nunca se sabrá qué es aquello que quedó por vivir... Lo único cierto ha sido lo vivido.


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