9 de febrero de 2014

Morir conscientemente

        Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño,
                                                                                                                                    así una vida bien usada causa una dulce muerte.
                                                                                                                                                                                         Leonardo da Vinci



"Quiero morir porque amo la vida", con esta afirmación, José Luis Sagüés defendió su deseo de morir conscientemente (deliberadamente no hago uso de la palabra derecho, porque esta ha sido tan desvirtuada políticamente que quiero que esta entrada se desvincule de toda política y se centre únicamente en lo humano). 

En salud existen los protocolos. Estos son como una especie de guía que unifica criterios de actuación. Su objetivo es la aplicación de una serie de técnicas y procedimientos en donde prime el criterio científico y se gestionen con coherencia los recursos. Estos no tienen en cuenta la idiosincrasia de cada paciente, y es ahí en donde cobra importancia la libertad de actuación del profesional para seguirlo o no. Los protocolos no son inamovibles, se actualizan o modifican según qué factores: nuevos fármacos, la evidencia basada en la experiencia de que tal procedimiento no es eficaz, nuevos descubrimientos sobre tal o cual evolución de la enfermedad... Los protocolos también son la única arma legal de defensa que tiene un profesional ante una denuncia de un paciente o familiar de paciente. Dijo José Luis Sagües, en su entrevista, que La Ilustración no ha llegado a la medicina. Se agarran al juramento hipocrático, cuando ese señor murió hace miles de años, pero no han leído a Kant. O sí, pero no se han enterado. Y yo les digo como el filósofo: ¡Sapere aude!, ¡atrévete a saber! Que piensen con su cabeza”. El caso de los médicos del hospital Severo Ochoa, sobreseído tres años después de la denuncia, es una muestra de este "ajustarse" o no ajustarse a protocolo y de las consecuencias de pensar con su cabeza. 

No estamos preparados para la muerte, ni para la propia ni para la de los demás. Es en esto segundo en donde, en mi opinión, radica el prejuicio contra la eutanasia. La muerte del otro nos enfrenta con la nuestra, la muerte del otro nos aterra más que la propia porque es un espejo en el que visualizamos nuestro destino. No voy a entrar en creencias religiosas, en la esperanza de un milagro de la virgen de Lourdes en el último aliento de vida, en que soportar el dolor y la enfermedad, digna o indignamente, nos abre las puertas del cielo de par en par. Ni tan siquiera en otras filosofías sobre si el ser humano evita el sufrimiento de la misma manera que quiere evitar el ineludible paso del tiempo con milagrosos productos rejuvenecedores o a golpe de bisturí. El sufrimiento, ya sea físico o psíquico, nos convierte en animales dolientes, dejamos de ser quienes somos para ovillarnos; unos en su silencio y otros en la agresividad del animal herido. Pero, sobre todo, hay que entender que en esa última fase de inconsciencia en la cual un ser humano ya no sea capaz de hablar, ni de moverse, ni de reconocer, el sufrimiento sigue estando ahí, aunque sea incapaz de expresarse.

La muerte es indigna en muchos casos, puedo asegurarlo. Es injusta, es devastadora, es cruel, es hermosa... todo eso es la muerte, pero lo más cierto de la muerte es que es el último acto vital de la vida: dejar de vivir. Si somos conscientes de los actos vitales que nos acontecen a lo largo de los años, si muchos de ellos los elegimos libremente, meditados, consensuados con nosotros mismos o con quienes comparten nuestra vida, si vivir es sentir, ¿por qué morir, cuando esa muerte es segura, tiene que ser ese proceso devastador que nos lo va robando todo hasta que aniquila la razón y nos sume en una inconsciente agonía? ¿Por qué no ganarle una última baza aunque ella se lleve la definitiva? ¿Por qué, ante el final inminente, no podemos decidir ese momento: el cómo y el cuándo y el dónde, aún conscientes, aún asidos a la vida y a los afectos? Por qué no, querer morir por haber amado tanto la vida...



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