15 de marzo de 2014

Presentimiento

La primavera es así, influye en los trastornos digestivos y del ánimo: mala época para las úlceras y los bipolares. Los que somos considerados normales, si es que la normalidad existe, también nos vemos afectados: cierta sensación de júbilo ante la eclosión de colores, de luz, de la tibieza de las mañanas y de las tardes. Ese mismo júbilo, casi me atrevo a decir que felicidad, nos agota. Sería insoportable ser eternamente feliz.

Ese extraño fenómeno, ese agotamiento, esa parálisis de la sangre, como helada. Cuando sucede ese extraño fenómeno de quedarse la sangre helada, las venas se tornan extremadamente azuladas, sin atisbo del rojo intenso que fluye viscoso en su interior. Se hunden bajo la epidermis en busca de calor, como el submarino de guerra al amparo de las oscuras profundidades del océano, y las fibras musculares terminan contagiándose de su aterido color. El rojo seda de los labios se convierte en un acorchado violeta, los dedos se transforman en palillos de tambor y las manos se asemejan a aquellas místicas, iluminadas y alargadas que bosquejaba el Greco, decían que por un defecto en su vista... La intención del artista nada tiene que ver con las ridículas teorías de los críticos de arte. El Greco alargaba las figuras para trascenderlas, y como si siempre fuesen vistas desde abajo. Las mires desde donde las mires, el efecto es el mismo: se elevan hasta el infinito, y frente a ellas tú sientes elevarte igualmente. Esa es la grandeza del artista y no otra: aquello que hace sentir a quien contempla su obra.

Y es cuando sucede ese extraño fenómeno que el cuerpo por entero se vuelve una pétrea estatua de mármol, como ésas que presiden en lo más alto de una majestuosa fuente de un jardín abandonado. Ese extraño fenómeno, el de quedarse la sangre helada, se asemeja a la hibernación, con idéntico despertar. Basta un leve estímulo, la tibieza de una tarde, para volver a la vida, basta el presentimiento de que algo flota en el aire. Ese extraño fenómeno de presentir lo que otro no puede ver, ni oír, ni oler... ese rumor incesante de la savia en el corazón de un árbol seco. Ese extraño fenómeno de volver a la vida cuando ya todo apuntaba a que estabas muerto.



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