12 de marzo de 2014

Autorretrato

Ayer, en la visita al museo Villaseñor, me detuve con especial atención en sus dos autorretratos. Entre ambos hay dos años de diferencia. El primero es sólo un busto, en el segundo, la figura del pintor se muestra prácticamente desde la cintura. En el primero, los enormes ojos de Villaseñor se muestran expectantes, gesto serio a pesar de su juventud (1945, veintiún años de edad), perilla y rostro enjuto, una imagen muy becqueriana, tremendamente poética, la esperanza de un mundo POSIBLE. En el segundo autorretrato, esa mirada ha cambiado; sus enormes ojos miran desde arriba, altivos, seguros. Su rostro, igual de enjuto y con la perilla y fino bigote, está como más contraído, diría que desafiante. 

 Autorretrato, López-Villaseñor (1945)

Me preguntaba -siempre me ha asaltado esa cuestión cuando veo un autorretrato: Velázquez, Van Gogh, Frida Kahlo...- cómo es ese proceso de auto observación, de captarse a uno mismo, de capturar el alma, o lo que uno mismo cree ver en ella, en la propia... y, pincelada tras pincelada, ir construyendo esa imagen de ti mismo. Siento curiosidad por saber si hay muchos borrones, pinceladas que intentan esconder otras, si en algún momento surgió la ira porque no se consigue el gesto deseado, o la mirada deseada, si existe la certeza de ser uno mismo o hay momentos de no reconocerse. Alguna vez intenté un autorretrato a lápiz y lo dejé por imposible: aquello no era yo.

Divagaba con la idea del escritor; el escritor se retrata a sí mismo con la palabra, en esa mirada sobre el mundo que hila frase a frase. Digamos que su sentir o su alma no se concentra en una sola imagen, como sucede en el autorretrato de un pintor, sino que se encuentra fraccionada, diseminada entre sus textos, en tal personaje, en tal verso... La escritura es una mirada constante en un espejo, pinceladas, esbozos a través de esa palabra que nos retrata y nos conforma poco a poco, hasta ofrecer una imagen más o menos precisa, más o menos veraz, de nosotros mismos. A veces es tan nítida, otras tan engañosa y confusa como el propio mundo, pero siempre "una imagen" del sentir de quien escribe, su propio conocimiento o aprehensión de sí mismo. 

Cuentan esa anécdota sobre Saul Bellow; alguien le preguntó cómo se sentía tras ganar el Nobel de Literatura en 1976, a lo que él contestó: No lo sé, aún no he escrito sobre ello.




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