10 de abril de 2014

Mi primer...

"Pequeños fragmentos de cotidianidad, de cosas que, en tal o cual año, toda la gente de cierta edad vivió y compartió, y que luego desaparecieron o fueron olvidadas porque no merecían formar parte de la Historia ni figurar en las memorias de los estadistas, de los alpinistas, de los monstruos sagrados". Así definía Perec a sus recuerdos, en un prólogo escrito por él mismo en Je me souviens.

A esos fragmentos de vida cotidiana podríamos añadir también estos Mi primer... Aquella primera vez que tal, aquel primer vestido, reloj, juguete... Ese primero que nos viene a la memoria y no otro, ese que tiene esa connotación especial por encima de los demás que la memoria ha olvidado. Mi primer... es un rescate de la memoria, un sobreesfuerzo que identifica aquella primera vez, la primera sensación, la primera apuesta. Y es también la constatación de que el tiempo avanza y nos hace. Mi primer... es un túnel del tiempo.

Mi primer vestido que la memoria alcanza era de fino algodón blanco con pequeños soles amarillos. Me recuerdo vestida con él, bajo una parra que daba sombra a un patio. Creo tener unos tres años, mi madre lavaba y tendía ropa al sol mientras canturreaba coplas.

Mi primer amor fue un niño de cinco años, al que le abrochaba el baby por detrás en la fila que formábamos en el patio antes de entrar a clase. Él nunca me amó, pero de eso ni él ni yo tenemos la culpa.

Mi primer juguete fue la imaginación, con ella jugaba en las calles, en las eras, en la azotea, entre los tejados en las siestas, en el patio... Luego, cuando tenía unos nueve años, me regalaron una muñeca que mi madre me obligó a colgar en una pared y a no tocar, "para que pudiesen jugar con ella mis hijas". Ni mi madre ni nadie preveía entonces que las muñecas, como tantas otras cosas, perderían su valor y se harían de usar y tirar.

Mi primer rasurado de piernas y axilas lo hice a los trece años. Recuerdo una sensación especial al pasar la mano por aquella piel desprovista de vello, suave y tersa, blanca como el nácar. Y por creerme ya parte del mundo de las jóvenes de mi calle a las que acompañaban sus novios hasta la puerta. Como si aquel rasurado arrastrase con él los restos de la niñez y que años después me afanaría en reencontrar como en un naufragio. 

Mi primer cigarrillo fue a los catorce años, un Ducados. Lo fumé en el servicio de un colegio de monjas. Durante años fumé a escondidas, y nunca llevaba tabaco encima, compraba cigarrillos sueltos. Después, durante otros tantos, compraba tabaco, Marlboro, y solo fumaba en ocasiones excepcionales y en fines de semana. Abandoné definitivamente el verano de 2008, porque aquel vicio ya no me producía ningún placer.

Mi primera cerveza fue a los quince años. Su sabor amargo me pareció nauseabundo, como el primer beso con lengua que sucedió a la misma edad. Sigo bebiendo cerveza si se trata de alternar, aunque su amargura sigue sin gustarme. El tiempo me ha inclinado más hacia el vino y de manera ocasional. En cuanto a los besos, creo que ya he aprendido.

Mi primer coche fue un Renault Clio, y mi primer viaje sola fue como volver a encaramarme a los hombros de mi padre: el mundo bajo mis pies y la sensación de libertad.

Mi primer accidente de coche fue con un Renault Clio que quedó siniestro total. Supongo que allí quedó una de mis siete vidas de gata.

Mi primer voto en unas urnas fue el 12 de marzo de 1986. Mi voto fue NO.

Mi primer trabajo fue de temporera, recolectando uvas.

Mi primer sueldo con nómina fue a los veinticinco años, como enfermera.

Mi primera novela fue una novela rosa. Tenía doce años, me la requisó el profesor de Lengua y su crítica fue demoledora a la par que constructiva: Si esto es lo mejor que sabe escribir, dedíquese usted a otra cosa.

Mi primer poema se lo dediqué a mi hermano Javier, que murió cuando nadie lo esperaba...

Mi primera vez frente al mar fue a los veinticinco años. La sensación fue vértigo ante aquella inmensidad, aquel incesante rumor de agua viva y aquel penetrante olor a sal que parecía envolverme de nuevo en el claustro materno.


3 comentarios:

  1. Qué bien escribes! Tengo los ojos húmedos y no es por la blandura de estos días. ¡PRECIOSO!

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  2. Vaya, ¿es que la cosa es para llorar? ;)

    GRACIAS!

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  3. Todo un lujo, Querida Carmen, poder disfrutar de tus escritos... y, puede que también, de tu sensibilidad y encanto. Eres un tesoro...,un pozo..., de finura, sabiduría, y sensibilidad.

    Que tengas un buen día. Te lo mereces.

    Cordialmente.

    Antonio

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