12 de septiembre de 2014

El país del dinero






Es tanta su majestad,
aunque son sus duelos hartos,
que aun con estar hecho cuartos
no pierde su calidad.
Pero pues da autoridad
al gañan y al jornalero,
poderoso caballero 
es don dinero.




Ya lo decía Quevedo, y hoy sigue vigente cada verso. Pero ni poderoso ni caballero sería el dinero (que en sí no es nada: metal deslustrado o papel sobado) si no existiese la codicia del hombre y su deseo de ser el único poseedor, o encontrarse entre esos pocos que concentran toda la riqueza y el poder que el papel sobado adquiere cuando se torna desproporcionado e inconmensurable. Y esa es una de las ideas principales de la novela de Pedro Ugarte en El país del dinero, la codicia. A quienes les sobra, ansian más para consolidar su imperio; quien lo obtiene a duras penas con su trabajo de asalariado, hace por no perderlo (y sueña con que le toque la lotería); quien nunca escuchó el tintineo de las monedas en su bolsillo, lo anhela como el remedio de sus males y miserias. 

El país del dinero es una alegoría que retrata fielmente nuestra historia más reciente: la manera de hacer dinero de forma rápida y sin esfuerzo, hasta el hartazgo, con la más completa desvergüenza. Una ciudad dividida por un río, a un margen la pobreza y la mirada puesta en el otro margen del río, la aspiración a llegar al otro lado, pertenecer a ese otro mundo que muestra sin pudor sus excesos, su opulencia, y a la vez su hermetismo, su exclusividad y su exclusión, y lo muestra con una sonrisa de oreja a oreja que irónicamente arroja a la cara del miserable su desprecio. Ese margen del río en donde el dinero llama al dinero, en donde existe ese mar, ese cielo y esa tierra que es únicamente de los que han aprendido a sentarse sobre los demás, como decía Goytisolo. Ese mundo que tiene sus propias normas, sus convencionalismos, sus prejuicios y crueldad para con los suyos, a los que no dudan en sacrificar y dar la espalda. El dinero no perdona al venido a menos, al que baja un escalón. Tampoco al intruso que asciende desde lo más bajo y se presenta en sus esferas con ínfulas de gran señor, ese será siempre considerado como un bufón. 

El pelotazo, los tejemanejes entre los distintos poderes y particulares, cuyo objetivo primero y último fue hacer dinero rápido y fácil... Todo aquello que parecía sólido y que terminó por desvanecerse como nubes de polvo (o eso creemos, que tejer se teje y el dinero siempre sabe por dónde moverse) aparece fielmente reflejado en la novela de Pedro Ugarte con total acierto. Quien más y quien menos reconoce en esa ficción más de un caso de su propia ciudad o comunidad. Quien más y quien menos intuía, por el medrar de muchos de ellos, lo que sucedía en muchos despachos, en esas reuniones de trabajo con banquetes pantagruélicos, en consonancia con el plan que acababa de acordarse. Y esa es la historia de la amistad entre Jorge, perro fiel y resentido a un tiempo hacia su amo, o rémora tras el beneficio de las migajas, y su amigo Simón, perteneciente a una familia acaudalada.

En paralelo una historia de amor, estrechamente relacionada con ese deseo de pertenencia al mundo del dinero, con esa atracción. La historia entre Jorge y Sharon. Ella procedente de ese mundo de extrarradio, de arrabal. La mujer que aspira a pertenecer a ese mundo uniéndose a un hombre de ese mundo. Sharon enigmática, frágil, rodeada de un halo de fatalidad y silencio, igualmente resentida con ambos mundos, con uno por venir de él, como una injusticia; con el otro porque le niega su entrada, como a una indeseable.

Los personajes se van definiendo: Jorge y su ambición solapada; Simón, como una sombra del gran patriarca que fue su padre, como premonición de su caída; Sharon, como una huida hacia adelante, el anhelo de pertenecer a ese mundo inalcanzable y abandonar su mundo que detesta, escapar de su pobreza material y moral, tal vez culpables ambas de su tragedia personal.

Cuando todo estalla y se viene abajo, hay algo que salva a Jorge y a Sharon. Es ahí en donde se atisba una esperanza, la esperanza de que no todo lo puede comprar el dinero, que este puede darte independencia, pero no tu libertad, de que la llave de esas cárceles externas e internas que nos aprisionan no la compra el dinero; puede proporcionarte comodidades y bienestar, pero sabemos que la felicidad nada tiene que ver con el bienestar ni con la comodidad... que ni tan siquiera es capaz de comprar más vida, que cuando la muerte acontece lo hace oscura, a todos por igual. Tal vez nos salva ese deseo de buscar lo auténtico, esa caricia de la vida que un día sientes, y entonces alzas la mano, tomas la suya. La retienes en tu mejilla (...), y entonces todo empieza. 




1 comentario:

  1. Gracias por la lectura de la novela, Carmen, y por la inteligencia de haberla leído con una mirada fina y segura. Un poco emocionado, de verdad.
    (Pedro)

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