24 de noviembre de 2014

El tiempo de los amantes o Encuentro de soledades

Cuando salía de la sala de cine, me encontré con mi amida Dora, rodeada de gritos y de niños, de los suyos y de una docena de amiguitos que acababan de salir del Burger king de los multicines. ¡Cómo no sentir nostalgia del Cine Castillo, de aquellas salas únicas y de aquellas sesiones en las que, cuando terminaban, nos levantábamos de la butaca y salíamos directos a las sombras de la noche, a la luz anaranjada de las farolas, al silencio de la calle y con la historia, buena o mala, en la cabeza. Ahora, quince salas. Hoy ganan Los juegos del hambre: Sinajo, por goleada. Cuando termina la sesión, y sales, te echan (literalmente, porque cierran el paso hacia las galerías de las salas para que no te cueles a ver otra) por la parte de atrás y bajas directo a la galería principal en donde confluyen cafeterías, restaurantes y hamburgueserías llenas de niños de cumpleaños... (los niños no dejan de cumplir años), con el griterío de las horas puntas y la diáfana luz artificial que duele en los ojos hasta que se acomoda la pupila.

¿Qué tal? ¿Qué tal? Un par de besos al aire y roce de mejillas. Pues bien, vengo de ver una peli... Ah, qué bien, ¿cual? El tiempo de los amantes... No me suena. Ya... ¿Y qué tal? Pues... (y qué decir...). Conociéndola, hice el chiste: de las de roncar en el sillón. Reímos, nos contamos unas cuantas cosas más, siempre relacionadas con nuestros hijos, y nos despedimos hasta más ver.



Por el camino he ido rumiando la película. El tiempo de los amantes es una historia de un encuentro, el de dos miradas, y sucede en el espacio de un solo día. Nadie busque morbo, no lo hay, salvo el de esa mirada escrutadora, unos ojos desconocidos que se topan inesperadamente, y luego se buscan y se dejan encontrar. Tampoco sexo desbocado, ni seres frustrados o con terribles pasados, ni pasiones atormentadas como en El último tango en París, Shame o Damage. Nada hay en común entre ambos personajes: ella, una actriz de teatro entrada en los cuarenta; él, un profesor de literatura que se desplaza desde Inglaterra para asistir al entierro de una íntima amiga. Un hombre y una mujer que cruzan sus miradas en un tren hacia París, y que sin saber nada el uno del otro, no dejarán de buscarse con los ojos a lo largo del viaje, a lo largo del día.

Ni qué decir de la banda sonora: Verdi, Mozart, Vivaldi.

No existe un guión basto, el preciso para dejar entrever la soledad de uno y de otro. El tiempo de los amantes es una película en la que prima el detalle, la atención del espectador que va captando cuál puede ser la vida de ambos fuera de ese espacio común que ahora ocupan, y que se deja caer, como desgranado, a medida que avanzan los minutos en la película y las horas en la historia: las constantes llamadas que ella hace a Antoine (ese personaje que parece el principal en su vida y que se hace omnipresente, pero que nunca está ni aparecerá como tal, salvo una voz en un contestador automático al otro lado de un teléfono), una madre a la que hace tiempo que no ve, una hermana con la que no se lleva bien... Sus constantes idas y venidas por las calles, siempre corriendo, con esos pasitos cortos que le permiten dar sus tacones de aguja... su caminar contra reloj. Momentos que suceden linealmente en ese ese tiempo de amantes que nace, se hace y se consume ineludible, como los minutos en ese reloj que ella no deja de mirar, el que la devolverá a su realidad cotidiana. Pero ese tiempo transcurrido, esas horas de amantes, esa tregua que de repente les ha concedido el azar, les ha permitido no sentirse tan solos, asirse a un cuerpo desconocido que no necesita explicaciones ni confidencias, sólo ser abrazado y abrazar, tomar unas manos desconocidas y entrelazarlas, como si las hubieses entrelazado siempre, y pasear por un París cómplice de su aventura hasta el momento de su despedida, de nuevo en una estación, en donde unos trenes van y otros vienen, con vidas dentro.



2 comentarios:

  1. No he visto esta película, pero, por tu bello y buen análisis, el argumento me recuerda a 'Breve encuentro', de David Lean.

    Un abrazo.

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  2. No he visto Breve encuentro. Los días deberían tener más de 24 horas, sobre todo los de ocio. A ver si la busco y la veo. Gracias por tu amable comentario, Juan Ignacio. Si tienes oportunidad y vas a verla, espero que disfrutes con su sencillez.

    Un abrazo

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