17 de noviembre de 2014

Violencia soterrada

Permaneces en una esquina, sentado sobre una silla mirando el suelo. Nadie se acerca a ti, salvo algún compañero de borracheras y sábados de putas en algún club de alterne, y que permanece por breves minutos sin darte ninguna conversación. Después se aleja despidiéndose de ti con un toque en el hombro. Últimamente estabas solo, como un apestado en la barra de un bar. Más de una vez te he visto, cayéndote hacia un lado, bajo la mirada de desprecio de unos, la lástima de los más condescendientes, y la mala cara del camarero, que te zarandeaba y te invitaba a marcharte de su local para que no le espantases a la clientela. Yo entonces no sabía que eras tú, ni que quien te esperaba en casa era ella. Siempre he pensado que alguien como tú no tiene quien lo espere, por eso malgastan su vida roncando su hartazgo de vino en la barra de un bar... Y te decían hola y adiós por la calle cuando ibas con ella (alguna vez te habré dicho hola o adiós sin saber que eras tú, sólo mirándola a ella... sin saber), cuando salíais en alguna fiesta y os dejabais ver como un matrimonio cualquiera, como bien avenidos. Ella iba a la peluquería y se marcaba el pelo, se ponía su mejor vestido que rescataba de su fondo de armario, de cuando tenía unos años menos y diez kilos más, se perfumaba con colonia de azahar y no ponía en su cara más color que el del lápiz de labios. A veces, hasta ibais del bracete. Ahora a nadie parece importarle mostrar su desprecio y la náusea en su mirada, eludiendo pasar por tu rincón.

¿Qué rumias ahora? ¿A qué vienen esas lágrimas como si el mundo se te hubiese venido abajo, como un viudo para el que no hay ningún consuelo?  No, no la has matado tú, pero como si tal... Tú la matasbas otras veces. No ha muerto ahora, que el cáncer ha terminado carcomiéndole las entrañas. La palidez de la muerte hoy disimula todas sus cicatrices en su cuerpo consumido. Tal vez ni te preguntes cuál dolor era más grande, si el de ese gusano que se la comía por dentro, o si el de su carne magullada por fuera y la contusión de los huesos, aquella vez que no le quedó más remedio que acudir a urgencias del hospital. ¿Lo recuerdas? Tu paliza la dejó como un amasijo de hierros retorcidos tras un incendio. Y su familia dudaba si visitarla o no por aquello. Porque "esa enfermedad" que le había tocado en suerte era algo vergonzante, de lo que nadie debía enterarse, sobre lo que preguntar con recelo y hablar en voz baja, inventar lo de la caída por las escaleras, o mirar hacia otro lado, como no queriendo enterarse. Ella supo disimular siempre, pero no pudo aquella vez... Y ya fue demasiado tarde... para su libertad... para tu redención... Para todo y para todos.

Yo no tengo dudas sobre qué dolor fue el más grande, el que la mató primero. Creo que fue el de aquella primera vez que sintió en su alma la zarpa de un animal salvaje, y comprendió que no sería la última. Y aquellas otras veces que vinieron después en las que ella apretaba los dientes para que el estropicio no traspasara la pared. Y todo aquel dolor se quedaba de puertas para dentro, de las de su casa y las de su cuerpo. Que nadie supiera, ni sus hermanas, ni sus hijos, ni sus vecinos... Que nadie le tuviese compasión, que nadie la viese doblegada. Pero todos lo sabían... lo supieron siempre.



(A esa mujer que una vez, siendo yo una cría de diez años y ella una mujer joven en edad casadera, me preparó un bocadillo de mortadela en casa de mi amiga adolescente)

3 comentarios:

  1. Triste Carmen, pero retratada con maestría.
    Make

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  2. Esas vidas, Make.
    Hace unos días, salió en tv un experimento en Suecia, uno de los países europeos con más violencia sexista. Cámara oculta en un ascensor, y un tipo agrediendo verbal y físicamente a una mujer (actores). De decenas de personas que compartieron el ascensor, NADIE, salvo una mujer que amenazó con llamar a la policía si volvía a agredirla, hizo nada por impedirlo. Hemos asumido esas conductas, por miedo a ser agredidos, porque indiferencia, por individualismo mal entendido... El caso es que la tolerancia hacia todo tipo de violencia, a presenciarla incluso, es un hecho.
    El caso de esta mujer me ha llegado especialmente, por su muerte tan temprana y porque no sabía que esa había sido su mala vida. Era un familiar allegado de esta amiga mía de infancia, y saber que tan bondadosa mujer (ese era mi recuerdo de ella, un ser bondadoso y simpático) ha vivido ese infierno de vida te deja un extraño escozor en el ánimo.

    Hay que trabajar mucho para que no ha lugar a estas vidas.

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