25 de febrero de 2015

Evocación primaveral

Dicen los meteorólogos que la próxima primavera va a ser cálida y poco lluviosa, y que este verano será uno de los más secos en muchos años. Écija se lleva la fama, pero en la Mancha también se carda la lana. 

Ese afán por anticipar los días, sus soles y sus hielos, sus lluvias y su viento. Por si no fuese suficiente el galope de la vida cual caballo desbocado, traemos el horizonte lejano, lo que está por venir, hacia nosotros. Así no es posible la utopía, Galeano, sólo saben jodernos la poesía, ya ves, y el misterio (y la ilusión).

Lo cierto es que, hoy, la pituitaria ha detectado el ya no tan lejano olor de la primavera, como ese golpe de brisa que trae el olor a mar cuando aún quedan kilómetros hasta llegar a la costa. Ha sido breve, una sospecha. He recordado a mi hija pequeña, un día por el campo (ahora que la miro, me parece extrañamente lejano el recuerdo y su imagen, como si de otra hija se tratara). Me hizo detenerme y cerrar los ojos. Hice trampa, porque los mantuve entreabiertos mirándola a ella, a su cara infantil con los ojos cerrados y dejando que el mundo le entrase por los oídos y por las fosas nasales. Se escuchaba el retozar del agua entre las piedras, el olor a monte húmedo, a romero... "¿Qué?" "El verano". Su único veraneo, fuera de la rutina del verano, por entonces, habían sido las Lagunas de Ruidera. Estaba, tal vez, ante su primera evocación, su primer presentimiento basado en la experiencia.

Oí decir a un psicólogo que cuando probamos una comida, el grado de aceptación depende de la evocación. Si su olor nos evocó el guiso de la abuela, o la tarta de manzana de nuestra madre, esa comida nos gustará en función de lo que se acerque al recuerdo grabado en la memoria. Por eso solemos decir eso de "No he probado un pisto como el que hace mi madre" "Nadie hace las rosquillas como las hacía mi abuela". No es barrer para casa, es barrer hacia la memoria, hacia el afecto, hacia la querencia y el apego del ser amado, posiblemente hacia un instante en el que fuimos felices, como sucede con una canción que nos arranca una sonrisa o el llanto a moco tendido.

Y al regresar del trabajo, he visto ese cielo azul de fondo de la amapola, el cálido azul primaveral, de nubes estiradas y blancas que se desplazan lentamente o acaban evaporándose sin que nadie repare en ello, como esas humildes presencias que pasan de puntillas por la vida, sin ruido, y un día, de repente, ya no están, y ni tan siquiera les dijimos adiós. Ni rastro del cielo de acero, casi blanco, de días atrás. Las cigüeñas no se agazapaban en los nidos, al resguardo del viento.

Serán las ganas de luz, de las tibias mañanas, de las tardes que se alargan y del sol al que le cueste escurrirse por las azoteas, de ese bullicio calmo, sin alboroto, de las prendas ligeras que no haya que enredar al cuello, en definitiva, de las ganas de que ya quede menos para las amapolas.



2 comentarios:

  1. Cuando era más joven prefería el invierno. Me entusiasmaba el mes de noviembre, cuando el otoño de verdad se acelera y presta algunos días de verdadero frío. Y me entristecía el mes de marzo y el mes de abril, que derruían el gris sobrio... Y aquí, en el sur, de manera muy súbita y sin vuelta atrás. Ahora, sin embargo, quiero descubrir rápido la primavera, los días más largos y cálidos... Aún me empeño en jurar que quiero vivir en invierno; pero a sabiendas de que me miento una chispa.
    Bonito, Carmen.
    Abrazo...

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  2. Cuando era niña, me gustaba el verano, y el invierno era una ventana llena de vaho en donde dibujar con el índice a la espera de otro verano.
    Cuando era joven, me gustaba la primavera y el calor de la lumbre del invierno.
    Ahora me gusta el otoño. Creo que es un estado del alma. El invierno se me hace eterno, por oscuro, será por eso que anhelo estas primeras luces y la tibieza del sol, que el aire deje de arañar en la cara, aunque luego la eclosión de color me cansa. Sufro un conflicto estacional ;)

    Abrazos, Andrés

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