27 de febrero de 2015

La cigarra y la hormiga

Soy una hormiga, tengo que admitirlo. No puedo decir que a mi pesar, creo que no sabría ser otra cosa. Me pesa, tal vez, no saber ser cigarra, echarme el alma atrás y dejar de pensar y de vivir para hacer lo que se debe y se espera de nosotros (como madre, como hija, como hermana) y hacer realmente aquello que una quisiera hacer sin esas demandas, tan circunstanciales como decisivas, de la vida. Saber aparcarlas por un momento y cantar por un tiempo en la rama de un árbol, como las cigarras de aquellos veranos que ya no vuelven.

Ahora que voy concluyendo Las ciegas hormigas, de Ramiro Pinilla, obra brillante de la Literatura con mayúscula, reparo con perspectiva de tiempo (casi medio siglo me contempla) y reflexiono sobre ciertos afanes absurdos, en ciertas luchas que te convierten en eso, en una ciega hormiga que se echa el mundo sobre el hombro e intenta meterlo en su hormiguero como si de un grano de trigo se tratara. Por ahí he leído que es uno de los animales más fuertes de la Naturaleza, por el peso que es capaz de cargar y llevar apresado en las pinzas de su cabeza en relación al tamaño de su cuerpo. De niña me gustaba hacerles perrerías, a ellas y a los gatos. Cuando las veía arrastrar granos de avena (que sucedía cuando en verano llenábamos los atrojes de este cereal y restos se vertían por el patio), observaba su afán yendo y viviendo en fila india hasta el hormiguero. Cuando estaban a punto de entrar, se lo arrebataba. A veces, el insecto permanecía en el aire, aferrada a su grano. Otras, se quedaba a la puerta del hormiguero, imaginaba que sufría unos segundos de confusión,y contrariada y ansiosa daba un par de vueltas absurdas, pero inmediatamente retomaba esa senda que todas formaban en dirección al grano, y volvía al afán de la búsqueda.

Stevenson, amante de la lectura y de la naturaleza, proclama un canto a la ociosidad en su breve ensayo 'En defensa de los ociosos'. "Existe una suerte de muertos en vida, de gentes grises, apenas conscientes de estar viviendo de no ser por el propio ejercicio de alguna ocupación convencional. Dejad a estos hombres en medio del campo o subidlos a bordo de un barco y veréis cómo añoran su escritorio o su despacho". Como esa contrariada hormiga que da vueltas en la boca del hormiguero y retoma su fila.

Una repara y cae en la cuenta de que hay cargas que nos echamos al hombro mucho mayores de lo que nuestro cuerpo (nuestra alma) es capaz de soportar, y a duras penas las vamos arrastrando en un absurdo afán que nos agota, incluso a riesgo de perderse o de que nos las arranquen, y nos quedamos como esa hormiga, colgadas en el aire con la amenaza de rompernos la crisma al caer (porque ellas no se rompen ni se matan al caer desde alturas que a nosotros nos triturarían los huesos), o aturdidos por una fracción de tiempo sin saber qué hacer, porque no sabemos otra cosa que ese absurdo afán, e irremediablemente volvemos a la senda. Y así, día tras día, como esas hormigas que siempre se anticipan al invierno. De casa al trabajo, del trabajo a casa, de tal obligación a cual obligación. ¿Qué hacen las hormigas en invierno? ¿Comer esos granos de trigo almacenados en verano? ¿Nada más? ¿Cuándo cantan las hormigas?

Y es cuando una se cansa de ser hormiga, cuando vuelve sus ojos a la amiga ociosa, tal vez más sabia por aquello de ignorar (o ser sabedora de su destino: que el invierno no es tiempo de cigarras) de la suerte que correrá con el paso del tiempo, y por ello disfrutar de su momento de existencia. La vida proveerá. ¿Qué hacen las cigarras en invierno? ¿Morir? En verano son bandas sonoras de infancias, anuncio de trigo maduro. A veces, paradojas de la vida, cuando mueren son despedazadas por las propias hormigas y llevadas al hormiguero como sustento... Tal vez la envidia.


No hay comentarios:

Publicar un comentario