Soy mi propio abuelo
viendo a mi infancia jugar
Félix Francisco Casanova
Somos eternamente una infancia
atrapada entre los muros de la carne y de los
huesos.
Carne que no crece, se debilita y se consume
cual cera y luz de un cirio
de ese el tiempo que nos vence.
Mas la infancia sigue ahí,
en el templo que la esconde y que la niega.
Golpea las paredes,
atropelladamente, con insistencia,
es latido que no ceja...
¿qué otra cosa puede ser el corazón?
Y se hincha por dentro,
y, como aire, sube y baja por el pecho
en su afán por salir de la mordaza.
Hasta que un día, por fin,
el cuerpo se vence,
y ella se libera, definitiva,
como un alma.
Creo de lo más bonito que te leído Carmen, niña.
ResponderEliminarGracias, Make.
EliminarUn fuerte abrazo.