29 de julio de 2015

Ojos

Ojos. Ojos de niños, siempre por sorprender y sorprendidos,
abiertos como ósculos, por donde el mundo entra y sale a su antojo.
El primer sol de mayo amieló el dulce iris
el verde de una parra los tiñó de esperanza
y el blanco luminoso de la cal de un patio enjalbegado
fue el faro que a buen puerto llevaba siempre los andares de la infancia.

Ojos. Manantiales de luz siempre conmovidos,
agotados al final del día de tan redondos y expectantes
entusiasmados por el vuelo de los pájaros
sobre los nobles muros de las catedrales,
quedos en las nubes abultadas que lentas viajan
se alargan y diluyen sobre los cielos azulados
de la niñez tendida sobre el verde de los parques.

Ojos, Ojos anegados de gestos y palabras, de vida y muerte,
dejan caer los párpados como una manta empapada
que sofoca el fuego de los ojos, ahora arrasados de memoria.
Caen, vencidos, al final de la noche, serenos
cual pétalos de flor vieja que acepta su derrota.
Hálitos de luz oscura, tanteadores de la noche cual ciego por las esquinas.
Luciérnagas agotadas en el recuerdo de aquellos pájaros
que cesaron su dulce vuelo sobre lejanos cielos
que estos ojos ya no alcanzan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario